11.4. El Sexenio
democrático (1868-1874): Intentos democratizadores. La revolución, el reinado
de Amadeo I y la Primera República.
Introducción:
En la última etapa de la monarquía de Isabel II (1863-1868), se produjo una
situación de crisis que tuvo una triple dimensión: política (la corona queda
desacreditada ante progresistas y demócratas por no ser llamados a gobernar),
económica (se produce la quiebra de compañías ferroviarias y se da una crisis
agraria) y social (el alza de los precios provoca protestas urbanas de las
clases populares, que absorben ideas demócratas y del movimiento obrero). Esta
situación se va deteriorando hasta producirse el pronunciamiento del general
Juan Prim, el cual fue exiliado, teniendo lugar en 1866 la firma del pacto de
Ostende entre progresistas y demócratas. En 1867, Leopoldo O’Donnell,
presidente del gobierno en ese momento, murió y fue sustituido por el unionista
Serrano, el cual se unió a lo acordado en Ostende, que pasaba por derrocar a
Isabel II manteniendo la monarquía. Así, en 1868 un grupo de generales
desembarcó en Cádiz y comenzó un pronunciamiento militar que desembocó en la
Revolución Gloriosa de 1868, en la que se destronó a la reina y se inició el
llamado Sexenio revolucionario (Jover propuso nombrarlo sexenio democrático
debido a su apoyo al sufragio directo), que, gracias al triunfo de la revolución,
se extendió hasta 1874.
Fase
inicial: Durante la fase inicial del Sexenio (septiembre de 1868 – junio de
1869) se aprueba la Constitución de 1869 y se produce el triunfo de la
revolución, instaurándose un gobierno provisional con coalición de progresistas
y miembros de la Unión Liberal. Además se produce lo siguiente: se respeta la
monarquía, aunque en el partido demócrata hubiese mayoría republicana (por lo
que se dividirá posteriormente); se aprueba la incorporación de la peseta, la
Ley de Minas y ciertas reformas educativas, rompiéndose el Pacto de Ostente; se
convocan Cortes constituyentes con sufragio universal, siendo Castelar y
Cánovas sus grandes oradores y sancionándose en 1869 una constitución moderada.
Serrano
y Amadeo I: En la segunda fase (junio de 1869 – febrero de 1873) destaca la
regencia inicial del general Francisco Serrano, siendo España un sistema
monárquico. En este periodo se precisaba un rey que supliese el vacío de poder,
pues era un momento en el que confluían graves problemas internacionales, como
la unificación italiana (en la que destacaron Víctor Manuel II, Giuseppe Garibaldi y el conde de Cavour) o la guerra
franco-prusiana. En 1870, se concede el trono a Amadeo I de Saboya, que no
contó con el apoyo eclesiástico debido a que procedía de una casa que había
expulsado al pontífice de su poder temporal. Además, el asesinato del general
Juan Prim (que había defendido la entronización de la casa Saboya) hizo que
Amadeo perdiera a su principal valedor. A raíz de este asesinato, el partido
político de Prim se fragmentó: por un lado, Práxedes Mateo Sagasta y los constitucionales
y, por otro, Manuel Ruiz Zorrilla y los radicales mayoritarios. Así, después de
tres años de reinado (1870-1873), renunció al trono, dejando un importante
legado político, como leyes reflexivas, de sufragio general descentralizado…
Primera
República Española: Tras esta renuncia, fue aprobada la Primera República
(1873-1874), que nació en un contexto histórico delicado y tuvo que enfrentarse
a diversos problemas heredados, como la guerra de Cuba, la crisis económica o
la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Además, será durante este periodo
cuando surja el cantonalismo (movimiento partidario de un federalismo de
carácter radical). Así, la Primera República Española nació con ausencia de
apoyo y de forma anticonstitucional (sólo había un 40 % de senadores presentes
en su constitución), siendo reconocida únicamente por Suiza y Estados Unidos a
nivel internacional.
Su
primer presidente fue Estanislao Figueras, el cual se distanció de los
militares, convocando Cortes constituyentes que proclamaron la República
Federal y aprobaron un proyecto de Constitución. Le sucedió Francisco Pi y
Margall (más proclive al federalismo), durante cuyo mandato estalló la guerra
cantonal, llevada a cabo por los republicanos que buscaban imponer el
federalismo. Este conflicto dañó la imagen de la república en el extranjero.
El
tercer presidente fue Nicolás Salmerón, que reprimió militarmente la amenaza
cantonal. Posteriormente, sobresalió Emilio Castelar, partidario de una
república conservadora instituida por la fuerza, sin importar los medios. Este
fue reconocido internacional y socialmente, siendo, no obstante, derrotado por
los parlamentarios en Cortes. Finalmente, fue el golpe de Estado del general
Manuel Pavía lo que marcó el final de la república. Así, en 1874, el militar Pavía
actuó en nombre del ejército para defender la unidad de la patria, erigiéndose
como árbitro de las formas políticas.
República
Ducal y pronunciamiento de Martínez Campos: La cuarta fase del sexenio fue
la República Ducal (1874), ejercida por el duque de la Torre (el general
Serrano) y siendo un gobierno provisional. La quinta fase se inició con un
pronunciamiento militar llevado a cabo por Arsenio Martínez Campos, con el que
se restauró la monarquía en la figura de Alfonso XII, siendo Antonio Cánovas del
Castillo el líder de dicha Restauración.
Conclusión:
Distintos personajes declararán acerca del fracaso del sistema del sexenio
democrático. En primer lugar, Giner de los Ríos alegó que la Revolución no
cumplió las expectativas, llevando a cabo un juicio muy negativo de la acción
política de 1869, ya que esperaba una constitución republicana en lugar de una
monárquica. Pío Baroja criticó la república y Azaña arremetió contra el
clientelismo, defendiendo que la democracia sólo se podía sustentar con: una
economía sanada y moderna, una adecuada política democrática y una
generalización de la educación. Este último también criticó la falta de
tradición política en España, dado que vivía en una sociedad polarizada,
tradicional y rural que no había conocido la revolución industrial.
Sin
embargo, a pesar de que la Primera República no alcanzó sus objetivos, dejó un
importante legado para los derechos de todos los españoles, propuso la
alternativa del federalismo e incorporó las Antillas al gobierno español.
11.5. Reinado de Alfonso
XII: el sistema canovista y la Constitución de 1876.
Contexto
europeo: El contexto europeo de en torno a los años 80 del siglo XIX se
caracterizó por: la estabilidad política, quedando atrás los tiempos de los
pronunciamientos militares y los constantes cambios de sistema político y
constitución; la tendencia hacia la democratización de los países, observándose
un intento de imitar el modelo inglés; y la primacía del interés nacional sobre
la ideología propia, lo cual se ve en materia económica, donde los mismos
liberales van a llevar a cabo políticas proteccionistas.
Situación
social de España: En España, en 1873 quedó constatado el fracaso de la
República con la revuelta cantonal. Así, en 1874, el general Pavía dio un golpe
de Estado y estableció un gobierno provisional que funcionó como régimen de
transición. En esta situación, la sociedad se muestra partidaria de una
restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII, destacando el
interés de los siguientes grupos: la nobleza, que continúa siendo
contrarrevolucionaria y desea un sistema de orden que la república no había
conseguido; el ejército, el cual considera que debe haber un régimen de orden
capaz de asegurar los intereses españoles en el exterior, que ahora son la
conservación de las Antillas; la Iglesia, la cual quería un régimen a favor de
las buenas relaciones comenzadas en el Concordato de 1851 y debilitadas con la
República; la burguesía, que desea un régimen capaz de garantizar sus derechos;
y las clases populares, que, tras la decepción que supuso el modelo republicano
en el que las promesas se vieron frustradas y se reprimió duramente la revuelta
cantonal, vieron con buenos ojos el cambio de sistema. De este modo, diremos
que la restauración de la monarquía tuvo tres apoyos: el partido Alfonsino
(liderado por Antonio Cánovas del Castillo, el cual se dio cuenta de que, para
que la Restauración tuviera éxito, era necesario instaurar un sistema nuevo),
el ejército (el cual consideró que la Restauración de la monarquía fomentaría
la defensa de la integridad nacional, el prestigio de España y la defensa de los
intereses coloniales del país) y los grupos financieros (la Restauración
recibió el apoyo financiero de la burguesía valenciana y barcelonesa y de
aquellos con intereses económicos en las Antillas).
Cánovas
quería que el proceso de Restauración se hiciera mediante medios civiles, es
decir, sin intervención militar, ya que estimaba necesario el fin de la
presencia militar en la política. Sin embargo, el 29 de diciembre de 1874 el
general Arsenio Martínez Campos dio un golpe de Estado en las afueras de Sagunto
y proclamó rey a Alfonso XII. Automáticamente, el pronunciamiento fue apoyado
por los ejércitos del norte y del centro y por las guarniciones militares de
Madrid y todas las provincias. A continuación, se nombró como presidente a
Cánovas del castillo, el cual se convirtió en representante oficial de Alfonso
XII. El 9 de enero de ese mismo año desembarcó el rey en Barcelona y confirmó
el gobierno de Cánovas. Desde este momento hasta la elaboración de la
Constitución de 1876, Cánovas actuó en tres direcciones: trató de crear una
élite que sirviese de apoyo a la monarquía de Alfonso XII, adjudicándose cargos
clave a generales alfonsinos, aproximándose a la jerarquía eclesiástica y
colocando a personas leales al rey en la Administración; intentó que liberales
y republicanos formaran un partido de oposición que se alternara en el gobierno
con su partido; y llevó a cabo una vinculación del ejército al poder civil,
nombrando al rey jefe supremo del mismo. Hecho todo esto, Cánovas preparó una
asamblea de antiguos senadores y diputados monárquicos, convocando elecciones
mediante la Ley electoral de 1870, en la que se proponía el sufragio universal
masculino (término que resulta improcedente en estas elecciones, pues
estuvieron falseadas para que predominaran los monárquicos y funcionara el
sistema canovista).
Constitución
de 1876: De marzo a mayo de 1876 se discutió el texto constitucional que
había redactado Cánovas y que, tras ser aprobado y sancionado, fue publicado en
la Gaceta de Madrid el 2 de julio de 1876. Dicha Constitución contemplaba una
soberanía compartida entre el rey y las Cortes, incluía una declaración de
derechos individuales (cuya regulación se deja a leyes posteriores) y
conservaba los mecanismos legislativos de la Constitución del 45: se proclama
la inviolabilidad del monarca; se establece una iniciativa legislativa
compartida entre el rey y las Cortes; y se propone una división de poderes en
legislativo (las Cortes eran bicamerales, podían ser disueltas por el rey, en
el Senado existían senadores vitalicios, por derecho propio y electos, y el
Congreso era elegido mediante una Ley electoral que proponía en principio el sufragio
censitario pero posibilitaba un posterior sufragio universal), ejecutivo (el
titular era el rey, que designaba un presidente del gobierno y aprobaba el
equipo de ministros que este elegía, siendo además jefe de las Fuerzas Armadas
y quedando como irrelevante la función del cuerpo electoral) y judicial
(dependía del rey). Así, tenemos un sistema caciquil en el que una élite de
Madrid da favores a las élites de las provincias a cambio de que estas
fomentasen un resultado en las elecciones acorde con los deseos de los
primeros. Al principio, esto fue fácil de hacer con el sistema de sufragio
censitario. El problema llegó cuando, años más tarde, durante la Regencia de
María Cristina de Habsburgo, se dio una Ley electoral que establecía el
sufragio universal masculino. Esto hizo que el control fuera posible en las
regiones pequeñas pero no en las grandes ciudades, optándose por el llamado
pucherazo (alteración directa de los votos de las urnas) ante la necesidad de
que el sistema siguiera funcionando. Sin embargo, cuando las ciudades toman
demasiado poder se hace imposible el engaño.
Partidos
políticos: En relación a los partidos políticos de la Restauración, diremos
que se caracterizaron por: fueron partidos parlamentarios y están formados por
las élites del momento, compuestas por la aristocracia tradicional y la
burguesía; presentaban una ideología cristiana y tradicional; defendieron el
orden social establecido, sin ascenso de las clases obreras; se guiaron por
intereses económicos y sociales; y sus miembros se relacionaron a través de
matrimonios y prácticas sociales comunes. En primer lugar destacó el partido
conservador, que supuso la continuación del partido Alfonsino, estuvo dirigido
por Cánovas y lo formaron aquellos que se habían opuesto a la República. No
obstante, Cánovas se percató de que para mantener el sistema de la Restauración
era necesario otro partido con el que pudiera alternarse el suyo en el poder.
Así, entabló negociaciones con Sagasta para que formara una agrupación con los
liberales republicanos, dentro de los cuales se observaron dos tendencias
cuando los conservadores ganaron en 1876: tendencia constitucional (partidaria
de la Constitución del 45) y tendencia centralista (partidaria de la
Constitución del 76). En 1880, estas dos tendencias se unieron y formaron el
partido liberal fusionista, que tuvo como objetivo democratizar el sistema.
Esta agrupación estuvo formada por antiguos progresistas, republicanos,
demócratas y miembros de la Unión Liberal.
Práctica
política: A lo largo del reinado de Alfonso XII, estos dos partidos antes
vistos se alternaron en el poder. Primero gobernaron los conservadores de 1875
a 1881. En 1881, nada más formarse el partido liberal fusionista, este formó un
gobierno que duró hasta 1884. En dicho mandato, se llevaron a cabo diversas
reformas: se establece una mayor libertad de prensa y de cátedra, se legaliza
la propaganda republicana, y se produce un giro librecambista en la economía,
quitándose aranceles y firmándose un tratado comercial con Francia. En 1883, el
ala izquierda del partido logró imponerse y mostró una especial preocupación
por la situación de las clases trabajadoras, creando una Comisión de Reformas
Sociales. En 1884, el partido conservador fue llamado nuevamente a gobernar,
incorporándose a sus filas Alejandro Pidal y Mon, líder de la unión católica
que consiguió un mayor apoyo eclesiástico al partido conservador. En noviembre
de 1885, falleció Alfonso XII y ocupó la Regencia María Cristina. Durante este
periodo, existió una inquietud política sobre la continuidad del sistema,
manteniéndose finalmente este en funcionamiento gracias al Pacto de El Pardo y
a que en 1886 nació Alfonso XIII, lo que contribuyó a la distensión del
ambiente político.
11.6. La Regencia de María
Cristina de Habsburgo y el turno de partidos. La oposición al sistema.
Regionalismo y nacionalismo.
Introducción:
En noviembre de 1885 fallecía Alfonso XII, estableciéndose una Regencia de su
mujer María Cristina de Habsburgo. Alfonso XII dejaba dos hijas y una regencia
problemática, que los carlistas y republicanos aprovecharon para impulsar sus
reclamaciones. En estas circunstancias, las instituciones funcionaron
adecuadamente, gracias al llamado Pacto de El Pardo (noviembre de 1885): un
acuerdo entre Antonio Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Ambos se
comprometieron a respetar rigurosamente el turno de partidos y a conservar las
medidas legislativas aprobadas por los respectivos gobiernos. Así, Sagasta
volvió a hacerse cargo del Gobierno, contando con el respaldo colectivo de los
obispos asistentes a los funerales del rey. Al año siguiente, el nacimiento de
un heredero al trono varón contribuyó a la distensión del clima político.
Gobierno
de Sagasta: Con respeto a la labor liberal de Sagasta, diremos que este
consiguió restaurar la alianza en las filas de izquierdas, a cambio de la
aceptación del principio de soberanía compartida descrito en la Constitución de
1876. Se mantenían, no obstante, las demandas, respecto a esa constitución, de
derechos individuales, la exigencia de la implantación del sufragio universal y
el interés por dejar abierta una posibilidad para una reforma constitucional. Así,
en la práctica, este suceso suponía que los principios canovistas habían sido
aceptados pos los revolucionarios de 1868.
Las
Cortes surgidas en las elecciones de 1886 aprobaron una legislación
representativa del ideario liberal, destacando la entrada en vigor de: la Ley
de Asociaciones (1887), las leyes de los contencioso administrativo (1888), y
la ley de sufragio universal (1890).
Los
problemas a los que tuvo que hacer frente Sagasta fueron los de mantener la
unidad del partido, ya que la convivencia era bastante complicada entre algunos
dirigentes liberales. Finalmente, las acusaciones de corrupción, que afectaban
a diversos ámbitos de la gestión pública, impregnaron la culminación del
programa político de Sagasta, siendo los conservadores llamados al poder en
1891.
Gobierno
conservador y posteriores gobiernos: Los conservadores rechazaron la
revisión de las reformas liberales, porque entendían que algunas de ellas iban
más allá de lo que demandaba la sociedad del momento. El primero de los
problemas que estos tuvieron a causa de dichas reformas vino en las elecciones
de 1891. Debido a la aplicación del sufragio universal se multiplicó el número
de votantes, lo que dificultó la labor de encasillado del Ministerio de
Gobernación para asegurar el triunfo electoral de los conservadores y de
algunos candidatos distinguidos. Fue necesario acudir al caciquismo, que
consistía en contar con la ayuda de personajes influyentes en el ámbito local
(caciques), a cambio de variados favores, con el objetivo de que en las
localidades el resultado de las elecciones se ajustara a lo deseado en Madrid.
En el
plano económico, la crisis llevó a aplicar políticas proteccionistas sobre los
productos nacionales, suponiendo este hecho un cambio muy importante, ya que
tanto los conservadores como, más tarde, los liberales (en sus respectivos
gobiernos de 1892-1895 y 1897-1902) antepusieron los intereses nacionales a
cuestiones ideológicas como el libre comercio.
En
1902, al llegar a la mayoría de edad, Alfonso XIII, hijo de Alfonso XII, fue
proclamado rey de España, dando este hecho lugar al fin de la Regencia de María
Cristina de Habsburgo.
Oposición
al sistema: El sistema establecido de alternancia de partidos durante este
periodo contó con diversos opositores. Esta fue una oposición heterogénea y
dividida, por lo que no supuso un problema grave. En primer lugar, destacaron
los carlistas. Estos, tras su derrota en 1876, se dividieron en dos grupos:
aquellos que rechazaban el régimen y no colaboraban con él, y aquellos que
creyeron más conveniente formar un partido político y luchar dentro de la
legalidad. El primer grupo, conocido como corriente integrista y liderado por
Ramón Nocedal, se enfrentó al pretendiente carlista (1888), siendo expulsado
del partido. Así, se caracterizó por ser profundamente intransigente con el
liberalismo.
En
segundo lugar, sobresalen los republicanos, que también estuvieron divididos
tras la experiencia del Sexenio democrático. Emilio Castelar lideraba el grupo
de los posibilistas, que colaboraron con el partido de Sagasta dentro del
régimen. El grupo encabezado por Manuel Ruiz Zorrilla, en 1886, organizó un
pronunciamiento militar que fracasó. Sin embargo, en este grupo, no sólo la
estrategia a seguir era motivo de división, sino que el modelo de organización
del Estado también lo era: Nicolás Salmerón era partidario de una república unitaria,
mientras que la facción de Francisco Pi y Margall aspiraba a una república
federal. Ambos grupos tuvieron una gran influencia entre las clases medias y
los trabajadores de las ciudades, por lo que cuando se unían lograban mayorías
electorales, como sucedió en Madrid, Barcelona y Valencia en 1893.
Paralelamente
al desarrollo más o menos normal del sistema, surgió una fuerza centrípeta a
este: el nacionalismo y el regionalismo. El surgimiento de los nacionalismos
periféricos partía de la conciencia de las diferentes culturas que existían en
España. Cada uno de estos movimientos operó sobre realidades sociales y
económicas particulares, por lo que tuvo un desarrollo diferente según el
lugar. El nacionalismo surgió primeramente en Cataluña, donde se formó la Unió
Catalanista (1891) que redactó las Bases de Manresa, primer documento
reivindicador del catalanismo. En el País Vasco, el nacionalismo llegó de la
mano del Partido Nacionalista Vasco (1895), fundado por Sabino Arana, un
auténtico integrista católico que basó su propuesta independentista en la raza
y la religión frente a los males del liberalismo. En Galicia, estos
planteamientos encontraron eco en el regionalismo liberal de Manuel Murguía o
en el regionalismo tradicionalista de Alfredo Brañas. En Valencia, la
“Renaixença” tuvo un carácter más popular que político.
11.7. Guerra colonial y
crisis de 1898.
Introducción:
Tras la independencia de la mayor parte del Imperio Español de ultramar a
principios del siglo XIX, sólo Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas
continuaron formando parte del mismo.
Cuba:
Cuba era muy rica y España no podía mantener la exclusividad económica en la
isla, introduciéndose capitales extranjeros. En 1895, se produjo una insurrección
nacionalista en este lugar que, finalmente, provocó el inicio de una guerra.
España envió un ejército muy numeroso (250.000 hombres), no pudiendo los
independentistas hacerle frente, lo que originó una guerra irregular. Cánovas
creía en la victoria, pero no tuvo en cuenta a Estados Unidos. Percatándose de
la imposibilidad de una guerra limpia, decidió sustituir a Martínez Campos por
Valeriano Weyler, quien inició una lucha cruel. Weyler, para evitar que los
aldeanos prestaran apoyo a las guerrillas, los concentró en ciudades,
provocando situaciones de hambruna. Ante esto, Estados Unidos dejó claro a
España que no permitiría una guerra sin límites, ofreciendo mediación. Cánovas
rechazó esta oferta y, en 1896, trató de buscar el apoyo de las potencias
europeas a cambio de concesiones de diverso tipo. Tras fracasar en este
intento, propuso nuevamente a Europa firmar una nota colectiva, exhortando
formalmente a Estados Unidos para que no diera facilidades a los insurrectos.
También fracasa, produciéndose, tras las elecciones norteamericanas de 1897, un
cambio en la presidencia: Cleveland (demócrata) es sustituido por Makinley
(republicano). Cánovas muere asesinado en agosto de 1897 y el nuevo presidente
estadounidense viaja a San Sebastián para ofrecer de nuevo mediación y para
proponer la compra de la isla por una importante suma. Dicha compra es
rechazada.
En
octubre de 1897, Sagasta, convencido por la Regente María Cristina, se hace
cargo de la situación. El nuevo gobierno propone tres novedades: retirar a
Weyler de su puesto, conceder autonomía a Cuba y apaciguar a Estados Unidos.
Este mantiene también dos elementos de continuidad respecto a Cánovas: el
rechazo a la mediación estadounidense y la búsqueda por medio de la diplomacia
de la colaboración de las potencias europeas. La diplomacia liberal tuvo,
principalmente, dos cabezas: Segismundo Moret (que trató de convencer a los
ingleses para que dirigieran la acción colectiva) y Fernando León y Castillo
(que presionó a Francia para que tomara la iniciativa). Así, la nueva política
exterior se asentó en tres pilares: presentó la intervención estadounidense
como algo contrario a los intereses europeos; identificó el mantenimiento de la
soberanía española sobre Cuba con el mantenimiento de la monarquía en España; y
buscó el apoyo de la Triple Alianza y de Inglaterra. Nuevamente, se fracasó en
esta política debido a: la incapacidad de España para terminar con la guerra
con Cuba; la inexistencia de voluntad por parte de los rebeldes para llegar a
un acuerdo; y la falta de intereses de Estados Unidos.
Crisis
de 1898: La crisis de 1898 presentó tres escenarios: el Caribe, el Pacífico
y el Estrecho de Gibraltar. Estados Unidos pensaba someter a Cuba a un bloqueo
con su flota atlántica después de atacar en el Pacífico. En la batalla de
Cabite, destrozó la flota española del Pacífico, logró controlar la bahía de
Manila y se colocó cerca de la ciudad. Así, una operación que en principio era
de seguridad terminó abriendo Filipinas como objetivo.
Cuando
comienza la guerra hispano-norteamericana, Francia e Inglaterra se declaran
neutrales. Sin embargo, Francia simpatizó con la causa española y Gran Bretaña
con Estados Unidos. En el verano de 1989, tras el mencionado desastre de Cabite
y el de Santiago de Cuba, donde es destrozada la flota del Almirante Cervera,
en Madrid se produjo una crisis en el gobierno. Se nombraron nuevos ministros
(Almodóvar del Río sustituyó a Pío Gullón en el Ministerio de Estado) y Sagasta
ya es consciente de que Estados Unidos tiene unos objetivos fijados: Cuba, Puerto
Rico, Filipinas y algunas islas del Pacífico. Ante la amenaza estadounidense de
atacar la metrópoli, Sagasta ordena artillar las montañas que rodean la bahía
de Gibraltar, lo cual no gusta a Gran Bretaña, pues el puerto de Gibraltar es
puesto en situación de inseguridad. Francia se mostró favorable a España, la
cual ofreció la firma de un tratado internacional con Inglaterra. Dicho tratado
fue rechazado finalmente por la propia España, que consideró muy alto el precio
puesto por Gran Bretaña. Así, España fue sola a las negociaciones de paz,
siendo las grandes potencias las que decidieron el reparto de las colonias
españolas.
Negociaciones
de paz: Entre dichas negociaciones de paz destacaron el Protocolo de
Washington, por el que se da una especia de armisticio, y el Tratado de París,
por el que se firma la paz. El Protocolo de Washington fue una negociación
larga y compleja en la que España tuvo que hacer una serie de concesiones para
conseguir un alto el fuego y en la que se firmó un artículo muy impreciso
acerca del futuro de las Filipinas. Por otra parte, la negociación de París fue
muy dura. Ambas partes lanzaron exigencias que la otra parte consideraba
intolerables. España planteó que Estados Unidos debía quedarse con la deuda
cubana y Estados Unidos pretendió conseguir gratis las Filipinas. Ante esto
último, España se escandalizó, dando, finalmente, Estados Unidos 25 millones de
pesetas como compensación por las islas. En 1899, la negociación fue ratificada
por las Cortes españolas y por el Senado de Estados Unidos. Finalmente, decir
que Palaos, las Marianas y las Carolinas fueron vendidas a Alemania por 20
millones de pesetas.
Consecuencias:
Estos sucesos tuvieron su impacto en diversos ámbitos. En el plano de la
política interior, la oligarquía que gobernaba el país sufrió un duro golpe,
pues la crisis supuso el desarme moral de la ideología sobre la que se asentaba
el sistema canovista. En segundo lugar, la crisis demostró el fracaso histórico
del liberalismo español, que debía actuar en un marco de oligarquía y
caciquismo. En tercer lugar, se produjo un surgimiento de los nacionalismos
periféricos.
Regeneracionismo:
Sin embargo, toda esta situación de fracaso generalizado dio la oportunidad
para un cambio dentro del sistema, representado por el ascenso al poder de
Francisco Silvela. Este se convirtió en la expresión de los sentimientos
regeneracionistas, con una política basada en la reafirmación del poder civil
sobre el militar, en el intento fallido de integración del catalanismo, en el
equilibrio presupuestario (destaca Raimundo Fernández Villaverde) y en la
legislación social (destaca Eduardo Dato). Sin embargo, este regeneracionismo
político terminó fracasando ante la imposibilidad del sistema de asimilar las
demandas de la sociedad.
En
el plano intelectual, el regeneracionismo se basó en la crítica de los
intelectuales a los males de la patria. Destacó la llamada Generación del 98,
que, aunque poco influida por los acontecimientos políticos, sí que supuso una
manifestación de la crisis espiritual que vivía el país.
12. TRANSFORMACIONES
ECONÓMICAS Y CAMBIOS SOCIALES EN EL SIGLO XIX
12.1. Transformaciones
económicas. Proceso de desamortización y cambios agrarios. Las peculiaridades
de la incorporación de España a la revolución industrial. Modernización de las
infraestructuras: El impacto del ferrocarril.
Propiedad de la tierra: A
principios del siglo XIX, la economía se caracterizó por la acumulación de la
propiedad de la tierra en pocas manos, quedando grandes extensiones de terreno
sin cultivar. Tuvieron cierta importancia la pequeña y mediana propiedad,
persistiendo la Mesta y sin apenas evolución tecnológica. A lo largo del siglo,
hubo una serie de transformaciones que afectaron al sistema de propiedad y
explotación agrícola y que estuvieron acompañadas por un lento desarrollo
industrial que contrastó con otros países europeos (como Gran Bretaña o Francia).
Reforma Agraria:
La Reforma Agraria Liberal se compuso por un conjunto de medidas
jurídico-constitucionales que mejoraron el régimen de propiedad y la
productividad de la tierra, así como las relaciones capitalistas en el campo.
Fue un proceso discontinuo, iniciado con el Informe
sobre la ley agraria de Jovellanos. Con el retorno de Fernando VII, se
suprimieron estas reformas, reimplantándose definitivamente entre 1835 y 1839.
Así, se dieron una serie de cambios en la distribución y comercialización de la
producción agraria, tales como la liberalización del comercio interior o
supresión del diezmo y de los derechos señoriales. En 1845, una nueva reforma
fiscal estableció la contribución directa sobre la agricultura.
Abolición del
régimen señorial: Por otro lado, la abolición del régimen señorial presentó
una serie de problemas: determinar qué rentas sobre el campesinado eran de
origen señorial (solucionándose en 1823 y 1837), diferenciar entre señoríos
territoriales (tierras en propiedad) y jurisdiccionales (administraban tierras
que les habían sido cedidas por la Corona), y determinar qué títulos de
propiedad se debían presentar para justificar la titularidad de la tierra.
Estos dos últimos problemas se intentaron solucionar en 1823, pero con el
término del Trienio Liberal se paralizaron dichas reformas. Finalmente, la
cuestión se solucionó en 1837, indemnizando con títulos de deuda pública a los
perjudicados.
Mayorazgo: El
mayorazgo consistía en la vinculación de propiedades a una familia, de tal
forma que no pudieran enajenarse. Hubo tres razones que llevaron a la abolición
del mayorazgo: económica (ya que el mayorazgo era un impedimento para la
capitalización de las relaciones agrarias); política (ya que acarrearía un
debilitamiento de la aristocracia y, por consiguiente, del régimen
absolutista); y social (ya que representaba al Antiguo Régimen). Con esta reforma,
la aristocracia vendió estas tierras para liquidar sus deudas, siendo
adquiridas por los burgueses y reduciéndose la inversión industrial.
Derechos de los
propietarios: En cuanto a los derechos de los propietarios, a partir de
1836 se suprimieron las costumbres comunitarias que impedían al propietario
real el uso libre de sus posesiones, consiguiendo con el tiempo los
propietarios hacer valer sus derechos.
Desamortizaciones:
En relación a la desamortización, diremos que esta consistió en la apropiación
por parte del Estado de tierras, edificios u otros bienes que generalmente
pertenecían a la Iglesia, municipios y otras instituciones. Durante el último
tercio del siglo XVIII se expropiaron los bienes de los jesuitas y durante el
siglo XIX se produjeron las desamortizaciones de Godoy (primera década), del Trienio
Liberal, de Mendizábal y Espartero, y, por último, de Madoz (durante la segunda
mitad del siglo). Las tierras desamortizadas fueron repartidas entre los
campesinos, entregadas como gratitud a los militares de bajo rango o subastadas
públicamente, y con ellas se pretendió reducir la deuda pública y dinamizar la
economía invirtiendo en infraestructuras. Los grupos más perjudicados fueron la
Iglesia, los municipios y el campesinado, al privatizarse los bienes comunales.
Transportes: Con
el fin de dinamizar la economía, se invirtió en infraestructuras, a fin de
lograr un mercado interno y aumentar la capacidad de exportación. Se invirtió
en construcción de nuevos puertos y en la remodelación de los antiguos a raíz
de la pérdida del imperio colonial. El transporte marítimo y el ferroviario
fueron de la mano en esta nueva etapa. Se creó un sistema radial de carreteras
y redes ferroviarias, que fue remodelado y ampliado junto a la modernización de
los vehículos de transporte (en 1900 se matriculan los primeros automóviles).
Paralelamente, se estableció una red de postas para el abastecimiento animal.
Surgieron una serie de compañías encargadas de construir la nueva red
ferroviaria con capital francés y de particulares españoles. Como consecuencia,
se establecen nudos de comunicaciones que benefician a las ciudades emergentes,
ahorrando recursos y favoreciendo el transporte intranacional e internacional
de mercancías. Aumentó el transporte de prensa y correo, lo que supuso una
integración social, todo ello a favor de las industrias del hormigón y
siderúrgica. Por último, se extendió el uso del telégrafo.
Industria: En la
industria convivieron el sistema artesanal (productos alimenticios y de
consumo) y el industrial (textil y siderúrgica). A lo largo del siglo XIX se
quintuplicó la producción industrial. Los principales centros industriales
fueron Barcelona y su periferia (industria textil), la cornisa cantábrica (industria
siderúrgica en Vizcaya, Asturias y Santander) y Andalucía (industria textil y
siderúrgica). La producción artesanal estaba repartida, sobresaliendo Madrid,
Sevilla, Santander y Valladolid.
Minería: En
cuanto a la minería, la explotación minera se caracteriza por: la riqueza de
yacimientos, la existencia de mano de obra barata y la presencia de capital
extranjero (Ley de Minas 1868). Se extrajeron carbón, plomo y zinc, destacando
la extracción y comercialización del hierro. El auge de la minería española
estuvo causado por la expansión de la renovada tecnología del acero, la
proximidad de las minas vizcaínas y santanderinas a los puertos a favor del
comercio, y la construcción del ferrocarril minero, de muelles de carga y de instalaciones
de lavado y concentrado. Los beneficios obtenidos por la exportación del hierro
se invirtieron en la industria y los obtenidos por el resto de metales
contribuyeron a: equilibrar la balanza de pagos, aumentar el empleo y favorecer
la injerencia de técnicos extranjeros, lo que conllevó una modernización de la
tecnología minera y potenció la demanda de servicios terciarios (bancos,
comercios y obras públicas).
Conclusión: En
conclusión, a lo largo del siglo XIX la estructura y explotación de la tierra
pasó de un modelo propio del Antiguo Régimen a uno de economía liberal. Además,
se hizo un gran esfuerzo para invertir en infraestructuras, industria y
minería; si bien, en comparación con otras potencias europeas, siguió siendo un
país de desarrollo lento y menor capacidad competitiva.
12.2. Transformaciones
sociales. Crecimiento demográfico. De la sociedad estamental a la sociedad de
clases. Génesis y desarrollo del movimiento obrero en España.
Demografía:
A lo largo del siglo XIX, la implantación del Estado liberal conllevó una serie
de cambios en la estructura y en el orden social que coexistieron con la
persistencia de pautas sociales propias del Antiguo Régimen. En cuanto a la
demografía, se advierte un crecimiento modesto en comparación con otros países
europeos. Se pasó de 11 a 16 millones de habitantes tras superar la crisis
demográfica derivada de la Guerra de Independencia gracias a un mayor
crecimiento, que coincidió con la Reforma Agraria Liberal y la emancipación de
las colonias (cesan las migraciones). Se evolucionó desde un modelo demográfico
antiguo a uno moderno (permanece la natalidad elevada y se reduce la mortandad
gracias a las mejoras en alimentación e higiene y a las primeras vacunas). No
obstante, España tuvo que hacer frente a epidemias, tales como brotes de fiebre
amarilla y cólera, y diversas crisis de subsistencia, aliviadas con la
extensión del ferrocarril.
Movimientos migratorios: En cuanto a los
movimientos migratorios, la emigración estuvo prohibida hasta 1853, con perspectiva
de un aumento de la riqueza. Hasta 1870, en apenas dos décadas, emigraron
300.000 personas a fin de “Hacer las Américas”, debido a un excedente de
población y a una insuficiencia de
recursos en la península. Por otro lado, los desajustes poblacionales internos
se resolvieron mediante movimientos dentro de las propias provincias interiores
(homogeneización de la densidad demográfica) y con el envío de población desde
las costeras al extranjero.
Población: En la distribución de la población se
distinguen dos regiones: la periférica (mayor crecimiento debido a una mayor
actividad económica: 50hab/Km.2) y la interior (mayor peso
demográfico, pero más repartido: 22hab/Km.2). Predominaba la
población rural, con una mayoría de núcleos urbanos con menos de 5.000
habitantes, junto a la expansión de las mayores ciudades como Madrid (duplica
sus habitantes, rozando los 400.000 a finales de siglo) o Barcelona, Valencia,
Sevilla y Málaga (éstas con más de 100.000 censados).
Capitales: La mayoría de las capitales de
provincia crecerán, a causa del éxodo rural en busca de un mayor nivel de vida,
siendo Madrid, Barcelona y Valencia los destinos predilectos, ya que fueron
centros económicos, de servicios y administrativos. En 1877, aproximadamente un
93% de españoles nacieron y fallecieron en la misma provincia. Así, la mayoría
de los movimientos migratorios fueron intraprovinciales, desde los pueblos a
las capitales de provincia correspondientes, con la excepción de Madrid (46% de
población censada fuera). Debido a este reparto demográfico se consolidó un
Estado central y se avivaron los nacionalismos vasco y catalán y el
regionalismo gallego.
Reformas urbanísticas: Entre las reformas
urbanísticas de la década de 1850 figuran: la desamortización de bienes urbanos
eclesiásticos, un aumento de la periferia de las ciudades debido al éxodo
rural, unas mayores inversiones inmobiliarias con el auge de la burguesía
urbana, y la implantación de las administraciones territoriales en las
ciudades. Desde 1860 a 1900 destacó la llamada política de ensanches: barrio de
Salamanca, el proyecto de ciudad lineal de Arturo Soria o el plan Cerdá en
Barcelona.
Distribución de la población activa: En cuanto a
la distribución de la población activa, fue una sociedad rural por excelencia
(fundamentalmente en Cantabria, Galicia y Extremadura), aunque con fuerte
presencia urbana en Cataluña y Madrid, cuya población se dedicó a los sectores
terciario (46%) y primario (35%) mayoritariamente.
División social: La división social dejó
definitivamente atrás el patrón estamental propio del Antiguo Régimen y se
realizó por un criterio económico, con una minoría adinerada (élites) y una
mayoría pobre (clases trabajadoras). Los miembros de las élites, además de
vivir en una posición acomodada, debían ostentar cierto prestigio, guardar
lazos de parentesco entre sí y adoptar las formas culturales aristocráticas. De
este modo, se podía ascender socialmente (a la aristocracia tradicional se
unirá la burguesía de los negocios), con una tímida presencia de la clase
media.
Burguesía: La burguesía, hasta la década de 1870,
se distinguía geográficamente: periférica (vinculada a la industria y al comercio
en Barcelona y en ciudades industriales del norte) y la interior (dedicada a las
finanzas, la agricultura y el comercio en ciudades emergentes como Madrid o Valladolid).
A partir de 1870 surgió la burguesía de negocios, que dominó la vida
socioeconómica del país, asentada en los principales núcleos urbanos.
Clases trabajadoras: En cuanto a las clases
trabajadoras, decir que el número de obreros industriales creció con el
transcurso del siglo hasta superar el millón. Paralelamente, el artesanado
urbano vivió una expansión, a pesar de la abolición de los privilegios
gremiales y del auge de los servicios domésticos. Dado que no se enriquecieron,
se proletarizaron, y esta masiva proletarización derivó en el surgimiento del
movimiento obrero, el cual reivindicó la reducción de la jornada laboral y el
derecho de asociación. Hasta la década de 1860, dicho movimiento adoptó la
forma de un sindicalismo mutualista a través de los gremios (corporación de
obreros que establece pautas laborales homogéneas), montepíos (fondos
económicos de rescate) y cofradías (colectivo de obreros que ponen en común una
serie de bienes). En 1854, se convocó la primera huelga general, apoyando a los
demócratas y republicanos. Durante el Sexenio Revolucionario, a raíz de la
primera AIT, se creó la Federación Regional Española, de ideología anarquista y
socialista. Ambas corrientes lograron con éxito el apoyo de la clase
trabajadora en Madrid, Barcelona y Valencia. No obstante, en la segunda AIT,
los conflictos ideológicos entre Karl Marx y Mijaíl Bakunin propiciaron la
separación de ambas tendencias, distinguiéndose a su vez entre anarcosindicalistas
pacíficos y anarquistas puros (postura violenta que propició magnicidios).
Desde 1874 en adelante, tras haberse suprimido los
derechos sindicales en 1875, se reimplantaron en 1887 con la Ley de
Asociaciones, creándose la UGT y el PSOE. Por último, entraron en escena otras
asociaciones como la FTRE, la Mano Negra (que llevó a cabo huelgas, magnicidios
y asesinatos intimidatorios en Barcelona y Andalucía) y el obrerismo cristiano
a raíz de la encíclica “Cum Multa” de León XIII.
12.3. Transformaciones
culturales. Cambio en las mentalidades. La educación y la prensa.
Cambio de mentalidad: El siglo XIX, en el campo de
las mentalidades, se caracterizó por producirse una serie de cambios que
tuvieron como causas principales la industrialización, la urbanización de la
sociedad, y la mejora de las comunicaciones y de los medios de transporte.
Estos fenómenos produjeron cambios en las costumbres, las formas de conocer el
medio y relacionarse con él y las señas de identidad de las personas.
En primer lugar, apareció la idea de progreso como
un proceso histórico en el cual el ser humano introduce innovaciones
tecnológicas que le permiten un mayor control sobre el medio. Así, se llega a
la convicción de que el hombre puede controlar todo lo que se proponga a través
de la ciencia y la técnica (se desarrollan equipos de investigación y hay una
búsqueda intencionado de nuevos avances). Por esta razón, se piensa que todo es
posible (son sintomáticas de la mentalidad de la época obras como Viaje a la luna o Viaje al centro de la Tierra).
En segundo lugar, se pasó de una cultura de parámetros
rurales a una cultura de parámetros urbanos, lo que provocó la lenta
desarticulación de las comunidades rurales. Se rompieron pautas y costumbres tradicionales: relaciones de
protección, relaciones de subordinación, relaciones personales y clientelares.
La persona pasó de tener una identidad, unos sistemas de valores, a formar
parte de una masa anónima con relaciones interpersonales. Esto llevó a una
secularización de las prácticas culturales. Así, no es extraño que se cambiara el
concepto de familia, apareciera el feminismo o los anticonceptivos. Además, es
ahora cuando el sentimiento nacional o de afecto por un club de fútbol va a
tener un peso importante en la identidad de las personas.
En tercer lugar, se dieron otros cambios. El ritmo
de vida es mucho mayor, por lo que el tiempo se exprime mucho más. Hay sistemas
de información nuevos: son los fenómenos de opinión los que informan a las
masas, no el párroco, el cacique o el señor feudal. Por otra parte, en el mundo
urbano es donde se significaron los cambios técnicos, la socialización de los inventos
y la idea del cambio. Además, los nuevos inventos cambiaron cuestiones como el
vestido, la dieta o los medios de información.
En cuarto lugar, a lo largo del siglo se desarrolló un conflicto
entre los partidarios de lo tradicional y los que apoyaban una cultura abierta
a las novedades del pensamiento europeo (darwinismo, racionalismo o positivismo)
para superar el atraso cultural y científico. Entre los segundos, hubo algunos
que tendieron hacia posturas de laicización de la sociedad (clases medias),
mientras otros fueron más allá, manteniendo posturas revolucionarias y
anticlericales (clases bajas).
Arte: En el ámbito del arte, durante la primera
mitad del siglo XIX llegaron a España el Neoclasicismo y el Romanticismo y,
durante la segunda mitad, el Realismo y Naturalismo. Además, el régimen liberal
permitió que artistas e intelectuales pudieran contagiarse de las corrientes
que había en Europa. El siglo XIX es el siglo de los museos
y las bibliotecas, emancipadas del poder real y eclesiástico gracias a procesos
como la exclaustración y la desamortización. Durante la Guerra de Independencia
se despierta un interés por estos bienes. La riqueza pictórica fue a parar al
Museo Josefino (Madrid), al Museo Napoleón (París), o fue adquirida por
particulares. Así, se establecieron en Madrid los museos nacionales: el Museo del
Prado (1819), el Museo Arqueológico Nacional (1867) o el Museo Naval (1843).
Surgió, además, la Biblioteca Nacional. Por otra parte, destacó el mecenazgo
ministerial, con algunas colecciones privadas. Sobresalió Goya, y, a su muerte,
Mariano Fortuny.
Educación: Respecto a la educación, la
alfabetización creció poco, siendo el porcentaje de un 24 % en 1860 y de un 28 %
en 1877. Esto nos da como conclusión que la ley de Moyano de 1857, que obligaba
a la escolarización infantil, fue incumplida sistemáticamente. Las ciudades más
alfabetizadas fueron Vitoria y Madrid, con un 63 % en esta última, del cual un
52 % eran mujeres.
La educación primaria se empezó a reglamentar en
las Cortes de Cádiz, sobre los
principios de universalidad, obligatoriedad y gratuidad. No obstante, esta
primera reglamentación es poco realista, pues no tuvo en cuenta que el Estado
español no poseía recursos suficientes para escolarizar en educación infantil.
Ante esto, la cuestión se trató de solucionar con la Ley Moyano de 1857, donde
se mantiene la obligatoriedad pero no la gratuidad. A pesar de esta nueva ley,
se sigue produciendo absentismo escolar por dos razones: la insuficiente oferta
de escuelas y la poca voluntad por parte de los padres de que sus hijos
tuviesen una educación académica. No obstante, la Ley Moyano consiguió aspectos
positivos: triplicó el número de niños escolarizados y fomentó un aumento de
escuelas, en especial las femeninas.
La reglamentación de la enseñanza media tuvo un
peso importante en el plan de educación de José Pidal (1845), el cual presenta
las siguientes características: ordenó el plan educativo por provincias, estableciendo
en ellas un instituto público en torno al cual se organizaban los colegios
privados; determinó el plan de estudios a cursar; y estableció las materias de
las cuales debía examinarse el alumno en las reválidas, existiendo un número de
estudiantes de colegios privados no vinculados al instituto que estudiaban las
materias allí impartidas. Así, con el plan de Pidal, el éxito fue para los
colegios de religiosos. Por otra parte, con la ley Moyano (1851) se hizo una
primera reglamentación: se matizó el sistema de 1845 y se especificaron cuestiones
como el profesorado y el régimen y gobierno de los centros escolares. El
principal éxito de este reglamento fue lograr el agrado de todos los partidos
que deseaban una reforma en la educación. Respecto a la universidad, se
organizó en torno a la universidad central en Madrid, habiendo un centro
universitario en cada provincia, del que dependía el instituto. A parte de la
universidad, también se podía cursar la carrera militar o eclesiástica.
Crisis de fin de siglo: La nueva mentalidad empezó
a tener sus detractores, surgiendo la llamada crisis de fin de siglo. En ella,
se empiezan a cuestionar las glorias del proceso continuo y se percibe cierto
tono de agotamiento en la creencia en que el progreso es la clave de la
felicidad, ya que los efectos no han sido tan positivos como se esperaba y no
siempre habían sido tangibles. En la práctica, se cree que el cambio es
posible, pero que sólo es tangible a unos pocos. Esta crisis culminó en la
Primera Guerra Mundial, a raíz de la cual se dejó de hablas de una Europa
dominadora de todo y se empezó a hablar de la “decadencia de Occidente”.
No obstante, van a ser los autores de esta crítica
quienes den lugar a la edad de plata de la cultura española, destacando el
Novecentismo y las generaciones del 98 y del 27. La generación del 98 criticó
los defectos del sistema político de la Restauración (decadencia nacional y
oligarquía en el poder) pero no hicieron propuestas políticas alternativas coherentes
(cosa que trató de hacerse en el Novecentismo), destacando ensayistas como
Joaquín Costa y Ramiro de Maeztu, o escritores y periodistas como Miguel de
Unamuno, Pío Baroja y Ramón María del Valle-Inclán. Por otra parte, a partir de
1898, los intelectuales lograron una fuerte proyección pública interviniendo en
la vida política y social mediante la firma de manifiestos, la colaboración en
periódicos y revistas, la celebración de conferencias (Ateneo de Madrid), la
creación de asociaciones (Liga de la Educación Política) o, incluso, la
participación en las elecciones (Pérez Galdós y Pío Baroja).
Conclusión: En conclusión, a lo largo del siglo
XIX, hubo un conjunto de transformaciones en la mentalidad de los españoles,
causadas por las nuevas circunstancias históricas del liberalismo y la
industrialización fundamentalmente. No obstante, en España siguió habiendo
reminiscencias culturales del Antiguo Régimen. Por otra parte, hubo una
preocupación por parte del Estado Liberal por mejorar la calidad cultural de la
nación, sobresaliendo el esfuerzo en materia educativa.
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