lunes, 1 de julio de 2013

LITERATURA UNIVERSAL. TEMAS


TEMA 1. Los cambios del mundo y la nueva visión del hombre durante el Renacimiento.

            El Renacimiento es un movimiento cultural que comprende, fundamentalmente, el siglo XVI, aunque no se pueden establecer con exactitud sus límites cronológicos. Esta corriente se desarrolló de forma paralela al Humanismo, movimiento que forzó un cambio de mentalidad al situar al individuo en una posición de dignidad dentro del mundo. Así, al entender los humanistas que sólo en la época clásica el hombre había sido la medida de todas las cosas, trataron de recuperar y propagar a los autores clásicos, tomándolos como modelo. De esta manera, con el término “Renacimiento” se hace referencia a la característica fundamental del movimiento en cuestión: la recuperación o el resurgimiento de la cultura clásica griega y latina.

            Las características de este periodo son diversas. En él, se fomentó el aprendizaje del latín y del griego y, a la vez, se defendió la dignificación de las lenguas vulgares. En lo político, se produce un debilitamiento del sistema feudal (característico de la Edad Media) y un fortalecimiento del poder real, surgiendo así monarquías fuertemente autoritarias y creándose los grandes Estados modernos. Del mismo modo, se produjo un crecimiento de las ciudades y un afianzamiento de la clase burguesa, potenciándose las actividades industriales y comerciales, así como el uso del dinero, y pasando la nobleza a ser cortesana. También destacó el desarrollo de la ciencia, con estudios del cuerpo humano y del Universo: fue en el Renacimiento cuando Miguel Servet descubrió la circulación de la sangre y cuando Copérnico y Galileo realizaron sus estudios astronómicos. Asimismo, se propagaron herejías y adquirieron fuerza movimientos reformistas, como los de Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero. La cultura se vio impulsada por la invención de la imprenta, que fomentó la difusión de las nuevas ideas humanistas, fomentada también por la instauración en las Universidades de los “studia humanitatis”. En el arte renacentista se desarrolló una estética basada en el Neoplatonismo (según el cual el mundo es bello porque refleja la belleza de Dios) y destacó el reflejo del equilibrio, la armonía, el orden, la claridad y la idealización. Así, en el estilo se buscó una “naturalidad artificiosa”: un arte culto y cuidado, pero sin exceso ornamental. Finalmente, habría que decir que la inquietud del hombre renacentista, junto con el desarrollo del comercio, fomentó el ensanche de las fronteras geográficas, destacando: la exploración de América y de las costas atlánticas e índicas de África, la primera vuelta al mundo completa, los descubrimientos y exploraciones de las islas del Pacífico…

            Con respecto al humanismo, apuntaremos que los humanistas se propusieron la restauración de los ideales clásicos y se caracterizaron por: el estudio de las lenguas clásicas y el interés por las lenguas romances; y la valoración entusiasta del mundo y del hombre, orientándose la cultura hacia el conocimiento de lo humano y lo terreno. Así, se concibió una nueva forma de entender la vida basada en: la consideración del mundo ya no como un lugar de paso, sino como un paraje bello y digno de ser disfrutado; el surgimiento del antropocentrismo (frente al teocentrismo medieval), por el que el hombre es el centro de todo; la consideración del hombre como un ser integrado armónicamente en la naturaleza; y la aparición de la figura del cortesano (que, según Baltasar de Castiglione, debe cultivar a la vez las armas y las letras) como ideal de perfección. Humanistas destacados fueron: en Italia, Petrarca, Boccaccio, Dante, Lorenzo Valla, Marsilio Ficino y Pico della Mirándola; en los Países Bajos, Erasmo de Rotterdam; en Inglaterra, Thomas More; y en España, Luis Vives y Antonio de Nebrija.

            En relación a la estética renacentista, es importante señalar que esta tomó como modelo la antigüedad clásica. Se rescatan las ideas platónicas de la belleza (utopía para la humanidad) y se impone la “Poética” de Aristóteles en el teatro, distinguiéndose entre un estilo elevado (tragedia) y otro bajo (comedia), y estableciéndose las tres unidades de lugar, tiempo y acción. Los temas más frecuentes son: el amor (por influencia petrarquista, se canta a un amor melancólico y doloroso, fruto de la no correspondencia o de la ausencia de la amada), la naturaleza (destaca el tópico del “locus amoenus”, mostrándose una naturaleza idealizada y eternamente primaveral) y la mitología (los mitos clásicos se despojan de significación religiosa y son convertidos en símbolos de las fuerzas de la naturaleza). Otros temas son: el “carpe diem” o incitación al goce en la juventud; el “beatus ille” o elogio de la vida sencilla y retirada; y temas filosóficos y políticos.

TEMA 2. La lírica del amor en el Renacimiento.

            La poesía medieval fue poesía lírica, pues era cantada por personas que, además de poetas, eran músicos, recibiendo los libros donde se recogieron estas composiciones el nombre de Cancioneros. Al mismo tiempo que se desarrolló una lírica popular con estas características, se desarrolló también una lírica culta, que tuvo su máximo exponente en la poesía provenzal o trovadoresca. Así, a comienzos del siglo XII apareció en el sur de Francia la primera escuela de lírica culta, cuyo influjo propició la aparición de imitadores en otras lenguas, como el francés, el catalán, el gallego-portugués (“cantigas”) o el alemán (“·minnesang”). Estas nuevas composiciones presentaron varias novedades: ya no son anónimas, pues las componían trovadores, los cuales difundían sus obras acompañadas de música; el público estaba compuesto por una aristocracia cada vez menos guerrera y más refinada; surgió una nueva concepción del amor, el “amor cortés”, cuyo espíritu quedó resumido en el tratado “Sobre el amor” de Andreas Capellanus (s. XII), en el que se hablaba del amor imposible que un vasallo siente hacia la dama, que es además su señora; y se produce una reflexión del yo sobre su estado de ánimo y su amor hacia una mujer a la que llama domna (de “domina”) o midons (de “meus Dominus”). El lenguaje de estas composiciones es una adaptación a la lírica del lenguaje técnico del mundo medieval. Según el tema, en la poesía trovadoresca se distinguen estos subgéneros: “cansó” (poesía amorosa de refinada expresión literaria), “sirventés” (poema satírico, de ataque personal o crítica moral), “pastorela” (encuentro de un caballero con una bella pastora), “planh” (lamento por la muerte de una persona o por otra desgracia), “tensó” (debate entre dos poetas sobre diversos temas) y “alba” (separación de los amantes al amanecer tras pasar la noche juntos). Entre los autores destacaron: Guilhem de Peitieu (primer poeta románico conocido), Bernart de Ventadorn (importante poeta amoroso), Arnaut Daniel, Guillem de Berguedà, Peire Vidal, Bertran de Born (compuso poemas de tema político) y Giraut de Bornelh. Por otra parte, diremos que existieron dos estilos a adoptar como trovador: estilo trobar leu (consistía en una actitud poética de expresión fácil y de clara comprensión, pero alejada de la repetición y la vulgaridad) y estilo trobar clus (consistía en una actitud hermética, artificiosa en sus aspectos verbales y métricos).

            A mediados del siglo XIII apareció la primera escuela poética culta en lengua vulgar italiana: la Escuela Siciliana, que se extendió por el resto de la península itálica danto lugar al “dolce stil nuovo” (nombre tomado del canto XXIV del Purgatorio de la “Divina Comedia” de Dante). Este movimiento englobó a un grupo de poetas que escribieron entre 1280 y 1310 y formado por Guido Duinizzelli, Guido Cavalcanti, Cino da Pistoia y el mismo Dante Alighieri. Este último empleó el término “dolce” para referirse a una forma y un léxico basados en la musicalidad, la suavidad y la euforia. Con la palabra “nuovo” se destaca la idea de cambio estilístico y temático. Así, la poesía debía ser sincera, siendo sus principales temas el amor y la naturaleza. Estos poetas entienden la poesía como resultado de un impulso del corazón que provoca el nacimiento de las palabras adecuadas sin necesidad de mayores esfuerzos. El amor supera los límites del amor cortés y se convierte en una virtud identificable con la nobleza de espíritu. Del mismo modo, la dama y la belleza son hitos necesarios en el camino de perfección que lleva a Dios, naciendo así el tópico de la “donna angelicata” (la mujer angelical que es puente entre el género humano y Dios). Para Dante (autor de tratados como “De vulgari eloquentia” o “De monarchia”, y de obras literarias como “Vita nuova”, “Canzoniere” o “Convivio”), su “donna angelicata” fue Beatriz, la cual hace de guía para él en su paso por el Paraíso en la “Divina comedia”. Esta realización, escrita entre 1306 y 1320, consta de tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso. En la primera y segunda Dante recorre con Virgilio los nueve círculos del Infierno y las nueve gradas del Purgatorio, y en la tercera recorre con Beatriz las nueve esferas del Cielo. Destaca en esta realización la simbología alrededor del número tres (tres partes de 33 cantos escritos en tercetos).

            A la poesía alabanza a la dama del “dolce stil nuovo” se añadió el tema de la introspección psicológica y el uso de una lengua refinada y de estructuras métricas más o menos fijas. Todos estos elementos pasaron a la poesía posterior, llegando a Petrarca a mediados del siglo XIV. Este último nació en Arezzo, en 1304, y fue un gran estudioso y admirador de los autores grecolatinos. Toda su obra poética en italiano fue inspirada por su musa, llamada Laura, cuya muerte le hundió en una profunda crisis espiritual. Considerado como uno de los primeros humanistas, escribió obras en latín, como “África”, pero debe su fama a sus poemas en italiano, como “Los triunfos” o el “Canzoniere”. Este está compuesto de 300 sonetos y 49 composiciones varias, y su tema central es el amor hacia Laura. Con esa realización, aparece en la lírica la introspección amorosa y el análisis minucioso de los sentimientos personales. Así, la influencia de Petrarca fue notable en el Renacimiento (por ejemplo, en Garcilaso o en Boscán).

TEMA 3. La narración en prosa durante el Renacimiento: Boccaccio.

            En el Renacimiento, la prosa de ficción va llegando al final de una larga evolución que comenzó con la novela griega del periodo helenístico y culminará con la novela moderna. En esta época continuaron vigentes dos modelos narrativos del siglo XV (los libros de caballerías y las novelas sentimentales), y en la segunda mitad del siglo XVI se desarrollaron nuevas formas narrativas, como: la novela pastoril (relata historias amorosas entre pastores, destacando obras como “La Arcadia”, de Sannazaro; “Los siete libros de la Diana”, de Jorge de Montemayor; o “La Galatea”, de Cervantes), la novela bizantina (relata amoríos entre personas de alto linaje, sobresaliendo “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”, de Cervantes), la novela morisca (habla de la convivencia entre musulmanes y cristianos, como vemos en “Historia del Abencerraje y de la hermosa Jarifa”, de Cervantes), la narración breve (esta tipología surgió por influencia de autores como Boccaccio, sobresaliendo “El Patrañuelo”, de Joan Timoneda) y la novela picaresca (cuenta con realizaciones como el “Lazarillo de Tormes” o “Guzmán de Alfarche”, de Mateo Alemán).

            El autor más destacado de la prosa renacentista fue Giovanni Boccaccio, uno de los padres de la literatura italiana y creador de la novela corta. Como humanista, escribió en latín algunos tratados y es destacada su faceta como poeta, sobresaliendo por encima de todo por su producción en prosa. Entre sus novelas en italiano sobresalen: “Filoco” (muestra temprana de la novela bizantina), “Filostrato” (obra en verso narrativo), “Fiammetta” (donde refleja sus amores con María d’Aquino), “Ninfale d’Ameto” (de tema pastoril) y “El Corbacho” (sátira contra las mujeres). Sin embargo, por encima de todas está el “Decamerón”, colección de cien cuentos explicados por diez narradores durante los diez días que pasan refugiados en una casa de campo próxima a Florencia, huyendo de la peste que asolaba esa ciudad. Estos diez personajes, para distraerse, acuerdan que cada día cuente cada uno un cuento, siendo los temas que estos tratan muy variados, pero teniendo siempre como núcleo el amor y la sátira de las costumbres. Los protagonistas de los cuentos representan toda la gama social de la época, desde reyes hasta criadas, pasando por caballeros, frailes y monjas. Así, en esta realización coexisten elementos medievales con otros claramente ya renacentistas, como el tono vitalista, alegre y despreocupado con que se describe la existencia humana en gran parte de las narraciones.

            Otro autor destacado fue el inglés Geoffrey Chaucer, cuya obra principal fue “Cuentos de Canterbury”, narración en verso de una serie de cuentos relatados por treinta peregrinos que se dirigen a la tumba de santo Tomás Becket. Así, se presentan una serie de relatos de variada procedencia que, con ironía y humor, reflejan la realidad social, plasmando una visión vitalista del mundo, cercana a la del Renacimiento. Respecto al lenguaje, diremos que otro de los méritos del libro es la caracterización que en él se realiza de los personajes a través del tono que cada uno emplea. En España, aunque tenemos obras del siglo XVI (como “El Patrañuelo” de Juan de Timoneda), destaca el auge que se produjo en el siglo XVII, con María de Zayas (“Desengaños amorosos”), Lope de Vega (“Novelas a Marcia Leonarda”) y Miguel de Cervantes (“Novelas ejemplares”).

            En relación a la prosa renacentista didáctica, diremos que se vio potenciada por el pensamiento humanista, que propició la consolidación de un nuevo género: el ensayo. Los autores de prosa didáctica reflexionan sobre diversos temas, y entre ellos destacan: Nicolás Maquiavelo, Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam y Baltasar de Castiglione. La obra más importante de Maquiavelo es “El príncipe”, en la que defiende una emancipación de la ciencia política con respecto a la religión y a la ética. Tomás Moro destaca (junto con Francis Bacon) por “Utopía”, en la propone la creación de una sociedad ideal regida por los principios de la racionalidad humana. Erasmo de Rotterdam, por su parte, sobresalió por “Elogio de la locura”, en la que defiende una religión más auténtica y personal, basada en la caridad y no en los grandes cultos externos. Por último, Castiglione es autor de “El Cortesano”, obra que desarrolla el tema del perfecto hombre de corte y traza la figura ideal de lo que debe ser el caballero renacentista.

            En la prosa renacentista francesa sobresalieron François Rabelais (autor de “Pantagruel” y “Gargantúa”) y Michel de Montaigne. La obra más destacada de este último son los “Essais” o “Ensayos”, con los que inauguró un nuevo y fecundo género literario en el que se mezcla la reflexión con la creación. Sin duda, el gran descubrimiento de Montaigne fue el de retratarse a sí mismo en sus escritos, pues analizó su propio ser para tratar de hallar lo que los hombres llevan en su interior. Uno de los núcleos temáticos de su obra es la pregunta sobre la verdad y las posibilidades del saber humano, mostrándose moderadamente escéptico en la respuesta. Así pues, sus “Ensayos” reflejan a un hombre sincero e inteligente que aspira, sobre todo, a un equilibrio moral y al dominio de sí mismo.

TEMA 4. El teatro isabelino en Inglaterra.

            El contexto histórico inglés de la segunda mitad del siglo XVI está marcado por un periodo de auge logrado bajo el reinado de Isabel I, que se refleja también en el campo de las letras y las artes: es la época isabelina (1559-1642).

            El teatro inglés sufrió un marcado cambio en 1576, cuando se pasó de los “ministrels” (compañías de teatro ambulantes) a concebir el teatro como una institución permanente, creándose edificios construidos expresamente para las representaciones (en Londres había ocho). El público que asistía era heterogéneo y exigía emoción y diversión, convirtiéndose el teatro en un hecho comercial. Las características del teatro isabelino fueron: los dramaturgos se plegaron a las exigencias del público; son representaciones vivas y populares; es un arte al margen de las reglas clásicas, pues no respeta las tres unidades; no hay separación de géneros; se da importancia a la figura del “clown” (el gracioso); se produce una mezcla entre prosa y verso, utilizándose la polimetría y destacando el verso libre (“blank verse”); se produce una mezcla de estilos y de lenguajes, atendiendo a la clase social de los personajes. Los géneros más empleados fueron: la comedia (destaca la influencia italiana y la comedia de enredo), la tragedia (busca provocar sentimientos en el público) y el teatro histórico (se apela al sentir patriótico de Inglaterra).

            Con respecto a los autores, como principal predecesor de Shakespeare podemos señalar a Christopher Marlowe (1564-1593) y como principal autor contemporáneo a él a Benjamín Jonson (1572-1637). Marlowe, autor de tragedias (como “La trágica historia del doctor Fausto”, “El judío de Malta” o “La masacre de París”), gozó de gran popularidad, fue el creador del teatro poético inglés y aportó el dominio del verso libre y de la figura del héroe trágico. Jonson, autor humanista y culto, escribió obras en verso y prosa (destacando “Volpone”) que fueron presagio del posterior teatro inglés: correcto y superficial. Tras él, en 1642, el Parlamento inglés decretó el cierre de los teatros tras un proceso de decadencia de la tragedia inglesa.

            El autor más destacado del teatro isabelino fue William Shakespeare (1564-1616), creador del teatro nacional en Inglaterra. Fue actor, autor y empresario, y supo elevar la calidad teatral de su tiempo en sus 37 obras. Entre sus obras juveniles (1590-1600), que se mueven en la línea de la tragedia clásica y la comedia de enredo, destacan comedias (como “Sueño de una noche de verano” o “La fierecilla domada”), dramas históricos (como “Enrique VI” y “Ricardo III”) y otras obras (como “El mercader de Venecia”, “Mucho ruido y pocas nueces” y “Romeo y Julieta”). En sus obras medias (1600-1603), se ve ya su refinamiento y virtuosismo técnico, destacando comedias (como “Las alegres comadres de Windsor”) y tragedias (como “Hamlet”, “Otelo” y “Julio César”). Durante la época de las grandes tragedias (1603-1608) se produce un periodo de madurez con una visión trágica y desengañada de la naturaleza humana, sobresaliendo “El rey Lear” y “Macbeth”. En sus obras finales (1608-1613) hay una aceptación serena de la vida, con realizaciones como “Cuento de invierno” o “La tempestad”. Así, existe una evolución en los tres géneros que principalmente toca: la comedia (parte de la fórmula de la comedia de enredo, con influencias de Terencio, enriqueciendo a los personajes), el drama histórico (se muestra más interesado por los personajes que por los acontecimientos) y la tragedia (en las tragedias de Shakespeare, al contrario que en las clásicas, es el hombre quien elige responsablemente su acción, presentando todas estas un esquema similar: una persona cuya virtud se ve puesta a prueba por diversas circunstancias y que encarna una prototípica pasión humana, como la duda, la venganza…).

            El estilo de Shakespeare se caracteriza por: el perfecto encadenamiento de las acciones; la utilización del destino en obras como “Hamlet”; la aparición del “clown”, contrapunto cómico con una visión filosófica y desengañada de la vida; la variedad de registros en los diálogos; y el distanciamiento escéptico de sus personajes. Las aportaciones de Shakespeare en sus obras son muy diversas: un estilo asombrosamente rico caracterizado por un dominio del inglés; su capacidad para provocar emociones en el espectador; la elevación de sus criaturas a la categoría de personajes universales, que encarnan diversas pasiones (amor, celos, envidia, ambición…); la presencia en sus tragedias de la ironía y la burla, y en sus comedias de la reflexión sobre la condición humana; la mezcla de estilos en el lenguaje de sus personajes; y su enorme influencia en el teatro posterior.

TEMA 5. El teatro clásico francés.

            En el teatro francés, los géneros religiosos se representaron hasta 1548, cuando el Parlamento de París los prohibió, acabándose con la normal evolución que se dio en España e Inglaterra. Así, en este periodo se instalaron en París los comediantes italianos, cuyas comedias de enredo y dell’ arte influyeron en el teatro francés. A la vez, se fue extendiendo un fuerte interés por el teatro clásico y, a partir de finales del siglo XVI, existen ya varios teatros fijos en París, como son el Hotel Bourgogne o el Palais Royal, junto a los teatros reales de los palacios del rey, donde se representaban fundamentalmente tragedias. Las compañías teatrales se pusieron bajo la protección de grandes nobles o de los mismos reyes, como la Troupe Royale de Luis XIII. Aún con todo, el teatro francés hasta 1630 sigue teniendo las mismas características que el inglés y el español. Fue de 1636 a 1699 cuando se desarrollo el “teatro clásico francés”, que fue fomentado por la vida social burguesa y ciudadana, una política cultural favorable por parte del Estado y el interés de la monarquía en mantener una corte prestigiosa, la cual protegió el ballet, la ópera y el propio teatro.

            Las características del teatro francés del “Grand Siècle” fueron las siguientes: el empleo casi exclusivo del verso alejandrino; el respeto a la regla de las tres unidades de lugar, tiempo y acción; la rígida separación entre la tragedia y la comedia; el hecho de que las obras constaran de cinco actos; y la imposición del buen gusto, rechazándose todo exceso dramático. Por otra parte, las causas de este teatro fueron: el hecho de que no surgió ningún autor francés que consiguiera una fórmula dramática popular de éxito; la imposición de los buenos gustos; el paulatino acercamiento del público a estas representaciones cortesanas y elevadas; y el importante papel de la Academia francesa, que impone el gusto clásico.

            Los autores más destacados fueron: Pierre Corneille (verdadero creador de la tragedia clásica francesa, que destaca por la comedia “El mentiroso” y la tragedia “Le Cid”, basada en la realización del autor español Guillén de Castro llamada “Las mocedades del Cid”), Jean Racine (que fue el más alto representante del clasicismo francés y en sus tragedias siempre respetó las tres unidades de la preceptiva aristotélica, destacando por “Andrómaca”, “Ifigenia” y “Fedra”) y Molière (1622-1673).

            Molière fue el creador de la comedia francesa, que se impondrá con posterioridad en toda Europa. Al igual que Shakespeare, fue un hombre de teatro (intérprete, autor y empresario, pues fundó una compañía de teatro de la que fue actor y director) que recibió una importante influencia de la “comedia dell’ arte” italiana. Fue criticado por los preceptistas clásicos y tuvo mala reputación entre los actores, pero contó con el apoyo real. Sus mayores aportaciones fueron en la farsa y la comedia de enredo, con las que pretende enseñar a los hombres sin dejar nunca de divertir. También destacan sus comedias de caracteres, en las que existe una profunda crítica social y una defensa de la razón y el sentido común. Busca la verosimilitud, la naturalidad y la penetración psicológica, destacando ciertos personajes que aparecen en sus obras, como son Sganarel y Scapin y los criados. Sus realizaciones respetan las tres unidades, pueden estar escritas en prosa o en verso (utilizando pareados alejandrinos) y en ellas destaca una gran variedad de registros y un uso de juegos de palabras. Con respecto a la temática de sus obras, casi todas comedias modernas y de costumbres, destacan: la familia, la educación, la situación de la mujer en la sociedad, el arribismo y el esnobismo burgueses, la falsedad y la hipocresía, y la capacidad humana de autoengaño. Así, podemos clasificar sus escritos en: farsas (como “El médico a palos”, en la que se burla de la pedantería y de la ignorancia de los médicos; “El enfermo imaginario”; y “Las preciosas ridículas”), comedias de costumbres (como “La escuela de mujeres”, donde critica la educación social de la mujer y los matrimonios impuestos; y “Las mujeres sabias”) y comedias de caracteres (como “Don Juan”; “El misántropo”; “El avaro”, retrato del hombre avaricioso; y “Tartufo”).

TEMA 6. El desarrollo del espíritu crítico: la Ilustración.

            El pensamiento ilustrado se extendió desde Francia por toda Europa a lo largo del siglo XVIII, caracterizándose por un espíritu crítico y por la plena confianza en la razón como medio para alcanzar el progreso. Así, la convicción en que el progreso conduce a la felicidad desemboca en un optimismo humanista. El espíritu ilustrado propicia la fundación de instituciones creadas al servicio del estudio y fomenta el ideal de hombre cultivado. Las características de la Ilustración son diversas. En política, el absolutismo fue sustituido por el despotismo ilustrado (“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”), en el que el rey mantiene su poder absoluto y debe buscar el bienestar del pueblo, que no tiene poder de decisión. En el aspecto religioso, existió una mayor tolerancia, surgieron nuevas corrientes (como el deísmo) y las relaciones Iglesia-Estado se complicaron, puesto que este último buscó un mayor control sobre la primera (regalismo). La educación comenzó a orientarse hacia las ciencias experimentales: se desarrollaron las Academias; se fundaron las sociedades científicas; Isaac Newton protagonizó una avance en Física y Matemáticas; y Adam Smith escribió “La riqueza de las naciones”, desarrollando las bases del liberalismo económico.

            En la Ilustración, la filosofía se caracteriza por una confianza ilimitada en la razón, y está influida por el racionalismo de Descartes y el empirismo de Hume. Destaca la huella de Immanuel Kant, quien logra sintetizar las corrientes de pensamiento surgidas y aporta un enfoque novedoso. Los principales autores de la filosofía ilustrada acudieron a la literatura para difundir su visión del mundo, destacando: Montesquieu (vivió entre 1689 y 1755, y destacó por “Del espíritu de las leyes”, donde defiende la separación de poderes, y “Cartas persas”, donde critica la sociedad francesa a través de las cartas que un persa establecido en París envía a sus amigos), Voltaire (vivió entre 1694 y 1778, criticó duramente los principios religiosos de su tiempo, defendió una postura racionalista y escribió: “Diccionario filosófico”; innumerables obritas y panfletos como “Tratado sobre la tolerancia” o “El filósofo ignorante”; diversas obras poéticas y teatrales, como “Henriade” o “Zaïre”; y relatos alegóricos sobre problemas morales, como “El ingenuo” o “Cándido o el optimismo”, su obra maestra, en la que la bondad natural del protagonista choca con la sociedad), Denis Diderot (vivió entre 1713 y 1784, y, además de dirigir la “Enciclopedia”, escribió obras teatrales y varias novelas, como “La religiosa”, “Jacques el fatalista” y “El sobrino de Rameau”) y Jean-Jacques Rousseau (vivió entre 1712 y 1778, y fue el gran disidente de la Ilustración, ya que defendió, exaltando el sentimiento, que el progreso de la sociedad es el causante de todos los males por ser el hombre bueno por naturaleza, sobresaliendo de él obras como: “El contrato social”, donde expone sus ideas políticas y que inspiró la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano; “La nueva Eloísa”, novela epistolar sobre el conflicto entre el amor y el deber; “Emilio” o “De la educación”, libro a medio camino entre la novela y el tratado educativo donde plantea sobre nuevas bases el problema de la educación; “Confesiones”; y “Meditaciones de un paseante solitario”). Especial mención  requiere la “Enciclopedia” (1745-1772), síntesis de los conocimientos de la época, que ayudó en la lucha contra el Antiguo Régimen, formada por dieciséis volúmenes de texto y once de láminas que llevó por subtítulo “Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios”. Sus directores fueron el ya mencionado Diderot y D’Alembert, colaborando también Voltaire, Montesquieu, Rousseau y Buffon.

            En la literatura se impuso el Neoclasicismo, triunfando los principios clásicos, basados en la armonía y el equilibrio. Las obras neoclásicas quedan sujetas a la razón, escribiéndose tratados que establecen reglas racionales para la escritura, como la “Poética” de Luzán. En el siglo XVIII se defendieron estos principios en la literatura: la verosimilitud y el decoro; la separación de lo trágico y lo cómico; la intención didáctica; y el espíritu crítico. A finales del siglo, algunos autores rechazaron la rigidez de estas normativas, ensalzando los sentimientos y naciendo el Prerromanticismo.
TEMA 7. La novela europea en el siglo XVIII.

            A modo de introducción, diremos que en ningún otro país, a excepción de España, se ha apreciado tanto a Cervantes como en Inglaterra. La primera traducción del “Quijote” a una lengua extranjera fue al inglés, por lo que el libro  arraigó allí inmediatamente, influenciando a varios dramaturgos ingleses, que aluden a Don Quijote e imitan sus hazañas. Así, la sátira (tan presente en la obra de Cervantes) fue el género predominante en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XVIII. Por medio de ella, se llevó a cabo una tarea correctora y didáctica a través de la ridiculización social. De este modo, podemos ver como la novela moderna surgió en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XVIII a partir de la senda abierta en España durante los dos siglos anteriores con la novela picaresca y el “Quijote”. La nueva novela se decantó por lo verosímil y se manifestó como el medio más apto para expresar de manera realista las características de la sociedad y de la personalidad del hombre contemporáneo. La clase media (y en especial las mujeres) se convirtió en el nuevo público para la novela, que nació como género literario moderno gracias a estos factores: la necesidad de expresar la nueva sensibilidad y los valores de la clase media; la aparición de un nuevo público femenino; la generalización del tiempo libre; y el reflejo literario que en la novela encontró la doble moral sexual de una sociedad puritana (como era la inglesa).

            En Inglaterra, la novela tuvo dos tendencias: una didáctica y satírica, y otra sentimental. Los autores más destacados fueron: Daniel Defoe, Jonathan Swift, Samuel Richardson, Henry Fielding, Laurence Sterne, Jane Austen y Tobias Smollet. Daniel Defoe destaca por “Moll Flanders”, “Roxana” (ambas protagonizadas por mujeres) y “Robinson Crusoe”, obra que representa la epopeya del hombre solitario en lucha con la naturaleza y la adversidad (narra la historia de un náufrago que pasa veintiocho años de su vida en una isla perdida). Jonathan Swift, por su parte, es autor de realizaciones satíricas como “La batalla entre los libros antiguos y modernos” e “Historia de una bañera”, pero debe su fama a “Los viajes de Gulliver”, realización bajo cuya divertida y pintoresca intriga se esconde una ingeniosa sátira social y una visión escéptica de la condición humana (cuenta una historia dividida en cuatro partes: la primera, transcurre en el país de los liliputienses, unos seres diminutos; la segunda, se desarrolla en el país de los gigantes; la tercera, tiene ligar en el país de Laputa, formado por un territorio fijo y una isla volcánica; y la cuarta, transcurre en el país de unos caballos racionales). Con Samuel Richardson apareció en Inglaterra la novela sentimental, sobresaliendo “Pamela o la virtud recompensada” (en la que la protagonista, una criada virtuosa, consigue casarse con su señor) y “Clarisa Harlowe” (cuya protagonista huye del pretendiente propuesto por su rica familia y busca la protección de aquel al que ella prefiere). Henry Fielding reaccionó contra la novela lacrimosa de Richardson, escribiendo “Shamela” y “Joseph Andrews”, pero destacando por “Tom Jones”, especie de novela picaresca en la que el protagonista, de defectos muy humanos, es la figura opuesta al puritanismo generalizado, personaje bienintencionado, generoso e impulsivo. Laurence Sterne es autor de una novela llena de humor y sentido irónico: “Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy”, la cual es una obra casi experimental. Jane Austen fue autora de libros que describen minuciosamente el ambiente provinciano y rural, destacando por el análisis psicológico de sus personajes y por obras como “Sentido y sensibilidad”, “Orgullo y prejuicio”, “Mansfield Park” y “Emma”. Por último, Tobias Smollett es autor de novelas picarescas en las que introduce elementos sórdidos y desagradables de la vida burguesa en Inglaterra, sobresaliendo de él “Las aventuras de Roderick Random” y “El viaje de Humphrey Clinker”.

            En Francia, sobresalieron: Abate Prévost (autor de “Manon Lescaut”, novela apasionada y sentimental), Bernardin de Saint-Pierre (que con su obra “Pablo y Virginia” se convirtió en un claro precursor de la novela romántica y sentimental) y Choderlos de Laclos (que escribió una novela de gran éxito, en forma epistolar, sobre la vida libertina de la alta sociedad, llamada “Las amistades peligrosas”).
TEMA 8. El movimiento literario del Romanticismo (incluyendo la novela histórica).

            Los orígenes del Romanticismo están en el movimiento del siglo XVIII llamado “Sturm und Drang”, que defiende la producción literaria al margen de las reglas clásicas y revaloriza la expresión de los sentimientos. Esta nueva forma de ver el mundo, iniciada con el prerromanticismo, se extendió rápidamente por Inglaterra y por el resto de Europa y se impuso desde comienzos del siglo XIX hasta aproximadamente 1850.

            Las principales características del Romanticismo son: el irracionalismo (se niega que la razón pueda explicar por completo la realidad, siendo sustituida por la intuición, la imaginación y el instinto), la libertad y la rebeldía (que aparecen en el rechazo de las normas neoclásicas, en los personajes típicamente románticos y en las propias vidas de los autores), el idealismo (tienen una predilección por lo ideal viéndose sus anhelos frustrados, lo que les conduce a la frustración), el individualismo (la afirmación del “yo” conduce a los autores a la marginalidad, aislamiento y soledad), el genio creador y la inspiración (se valora lo espontáneo, lo intuitivo, lo original), la inseguridad radical (la desconfianza en razón y tradición lleva a la inseguridad y a una desazón vital), el desengaño (el choque entre el “yo” y la realidad conduce a un desengaño que, en ocasiones, desemboca en cinismo), la evasión (el romántico opta por escapar de la realidad inmediata que no le gusta, evadiéndose a épocas pasadas, como la Edad Media, y a lugares exóticos, como Oriente), la naturaleza dinámica (la naturaleza se representa en movimiento y con preferencia por la nocturnidad, identificándose esta con el estado de ánimo del autor) y el nacionalismo (en este periodo existe un interés por reivindicar las cosas propias de cada nación, exaltándose las lenguas vernáculas, la patria y los poemas épicos de característicos de cada país). Vemos así en todos estos rasgos la existencia de características opuestas: por un lado, existe nostalgia por los antiguos valores tradicionales, y, por otro lado, se defiende la rebelión contra el mundo y contra lo antiguo. Así, podemos hacer una distinción entre un Romanticismo tradicional (con autores como Chateaubriand, Novalis o Walter Scott) y un Romanticismo liberal o progresista (con autores como Lord Byron o los españoles Espronceda y Larra).

            Con respecto a la novela histórica romántica, diremos que esta se ambienta en el pasado, normalmente en el mundo medieval (lo que constituye un reflejo del nacionalismo). Sin embargo, los protagonistas no suelen ser grandes figuras históricas, lo que le permite al autor crear al héroe y establecer las condiciones necesarias para enfrentarlo al mundo.

            Entre los autores de la novela histórica europea cabría destacar en primer lugar a Walter Scott autor de obras como: “Waverley” (considerada la primera novela histórica y que, junto con “Guy Mannering” y “El anticuario”, forma parte de la denominada “trilogía escocesa”), “Cuentos de mi posadero” (en la que encontramos narraciones como la de “Rob Roy”) y “Ivanhoe” (su realización más famosa, en la que presenta el conflicto anglo-escocés con personajes desconocidos). En Francia, otros autores destacados son: Alexandre Dumas, escritor muy prolífico que sobresale por “Los tres mosqueteros” y “El Conde de Montecristo”; Prosper Merimée, autor de “Carmen”, ambientada en España; o Victor Hugo, cuyas novelas están ambientadas en el pasado y conectadas con debates contemporáneos, destacando “Nuestra Señora de París”, de tema histórico, y “Los miserables”, novela de enredo y aventuras ambientada en un mundo de pobreza y sordidez. Otro autor importante es Alessandro Manzoni, realizador italiano que sobre todo es conocido por su novela “Los novios”, ambientada en el Milán del siglo XVIII. Finalmente, podemos destacar a Mary Shelley (autora de “Frankestein o el moderno Prometeo”, considerada obra maestra de la llamada novela gótica) y a Bram Stoker (escritor de “Drácula”).
TEMA 9. La poesía romántica.

            La poesía fue la disciplina literaria más desarrollada durante el Romanticismo, destacando la realizada en países como Alemania, Inglaterra, Italia o Francia.

            En Alemania, la primera manifestación plena del Romanticismo fue la obra de Goethe, autor de “Los sufrimientos del joven Werther” o de “Fausto”. La poesía romántica alemana se vio impulsada por el movimiento “Sturm und Drang” y por la revista “Atheneaum”, fundada por los hermanos Schlegel. Entre los principales autores sobresalieron: Friedrich von Schiller (poeta que no pertenece ni al Clasicismo, con el que comparte el gusto por la belleza formal y la exaltación del mundo griego, ni al Romanticismo, con el que comparte el sentido místico de la naturaleza y los elementos del panteón y las imágenes cristianas, adquiriendo su poesía cada vez tonos más pesimistas, y destacando por obras como “Baladas” o “Guillermo Tell”), Novalis (su obra es a la vez literaria, poética y filosófica, destacando en ella “El borrador general”, compuesta por notas teóricas del autor, “Himnos a la noche” y “Enrique de Ofterdingen”, realización en prosa), Friedrich Hölderlin (cuyo poema más destacado es “El archipiélago”), Heinrich von Kleist (además de poesía, escribió obras teatrales y en prosa, como “La marquesa de O”) y Heinrich Heine (sobresale por el “Libro de las canciones”).

            La poesía romántica inglesa se manifiesta en dos generaciones de escritores: los lakistas (destacaron William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge) y los poetas rebeldes (sobresalieron Lord Byron, Percy B. Shelley y John Keats). Wordsworth escribió, en colaboración con Coleridge, “Baladas líricas”, cuya fecha de publicación se toma también como año de inicio del Romanticismo inglés. Propuso una renovación del lenguaje literario basada en el alejamiento de la jerga convencional de la literatura, destacando obras como “El preludio”. Coleridge, por su parte, destaca por “Balada del viejo marinero” y “Kubla Khan”, donde sobresale su efusiva evocación de lo fantástico y exótico. Lord Byron se ha convertido en prototipo del poeta romántico, revolucionario, melancólico y apasionado, destacando sus obras “Las peregrinaciones del joven Harold”, “El corsario” y “Don Juan”. De Percy B. Shelley sobresalen sus breves composiciones líricas, como “Oda al viento del oeste” y “Adonais”, destacando también su ensayo “Defensa de la poesía”, en el que insiste en la función social y el carácter profético de los poetas. Finalmente, sobresale John Keats, cuya poesía se caracteriza por el cuidado de la forma, destacando “Endymion”, “Oda a una urna griega” (donde la belleza se contrapone a la caducidad de la vida) y “Oda a un ruiseñor” (en la que la belleza del canto del ave supera la muerte y el dolor humanos).

            En Italia, el Romanticismo propició el anhelo de unidad y libertad nacional. El poeta italiano romántico más destacado fue Giacomo Leopardi, en cuyos “Cantos” aparecen los grandes temas de su obra: el tedio, la vanidad de las cosas, el pesimismo desesperado y el dolor.

            En Francia, hasta 1820, fueron Madame de Staël y René de Chateaubriand los dos grandes del Romanticismo. La primera destaca por su ensayo “Sobre Alemania”, y Chateaubriand sobresale por “Memorias de ultratumba” y por “El genio del cristianismo”, dentro del cual se encuentran las novelas cortas “Atala” y “René”. Entre los poetas románticos franceses cabe destacar a: Alphonse de Lamartine (que escribió un conjunto de poemas elegíacos llamados “Meditaciones”) y Victor Hugo (como novelista destacó por “Nuestra Señora de París” y “Los miserables”, como dramaturgo por “Cromwell” y “Hernani” y como poeta por el libro de versos “Odas y baladas”).

            Por último, en Rusia es de mencionar a Alexandr Pushkin, autor de poemas como “Eugenio Oneguín”, novelas históricas y dramas.
TEMA 10. Los temas y las técnicas narrativas del Realismo.

            El Realismo es un movimiento artístico que triunfó en Europa a mediados del siglo XIX y que pretendía retratar la realidad de la forma lo más fiable posible. Así, supone la superación del Romanticismo y es la expresión de la sociedad burguesa que se va consolidando.

            El auge de la burguesía va unido (en países como Francia, Inglaterra o Alemania) a un gran desarrollo industrial. Son años de fe en el progreso, palpable en los nuevos inventos, que, junto con la extensión del ferrocarril, iban a tener gran repercusión en la vida cotidiana. Aparece también en esta época una nueva clase social: el proletariado urbano, que se organizó para reivindicar sus derechos, surgiendo, en 1864, la primera Internacional, basada en ideas marxistas. De este modo, los enfrentamientos entre los movimientos obreros y la burguesía (que se verán plasmados en la literatura) fueron constantes durante la segunda mitad del siglo XIX y fomentaron la aparición de gobiernos autoritarios de inspiración conservadora (Napoleón III en Francia o la reina Victoria en Inglaterra) que apoyaron los intereses burgueses.

            Frente al idealismo romántico de huir a paraísos exóticos y pasados, surge ahora en el Realismo una nueva corriente de pensamiento: el positivismo, cuyo máximo representante es Augusto Comte. Los positivistas rechazan la especulación y argumentan que el saber ha de basarse en datos y “hechos positivos”, es decir, en realidades que puedan comprobarse. De este modo, si el romántico huye del mundo, el realista se enfrenta al conflicto con voluntad de análisis, encontrando una solución que se basa en el pacto entre la sociedad y el individuo. Así, los realistas abordan al hombre en su visión sociológica, pues no es posible proponer a un héroe aislado de su contexto.

            Las características principales del Realismo son: el arte es reflejo de la realidad exterior y se busca la objetividad (ya no se concibe como expresión personal y libre del autor); se hacen descripciones basadas en la observación de la realidad y en el análisis de los datos externos (los lugares ya no son proyecciones de los sentimientos del autor); hay interés por la actualidad; aparece la crítica a la sociedad del momento; el narrador evita el punto de vista personal (para mayor objetividad); y el estilo es sencillo y sobrio. Los autores iniciadores del Realismo son Stendhal (destaca su capacidad para analizar el alma humana y su estilo claro y preciso, sobresaliendo de él “La cartuja de Parma” y “Rojo y negro”) y Balzac (de él destaca su conjunto de novelas “La comedia humana”, con las que hizo un retrato completo y preciso de la sociedad francesa de su época). Por otra parte, diremos que Flaubert supone la cumbre del Realismo y el precursor del Naturalismo. Caracterizado por la documentación minuciosa y su afán de objetividad, destaca por “Madame Bovary”.

            Finalmente, hablaremos del Naturalismo, surgido en Francia de la mano de Emile Zola como evolución de los rasgos del Realismo. Esta corriente (relacionada con la teoría evolucionista de Darwin y con las leyes de la herencia de Mendel), como el positivismo, defendía que el hombre está determinado por la herencia biológica, el medio social y el momento histórico y, por tanto, no es libre. Mientras que el Realismo partía de la observación de la realidad y la reflejaba minuciosamente, la novela naturalista se centraba en mostrar ambientes degradados y miserables, personas marginadas y situaciones sórdidas, por lo que es un Realismo llevado al extremo y sólo coincide con él en la importancia que se le da en ambos a la descripción de los detalles y en la impasibilidad del autor ante los datos presentados.

            El principal autor naturalista es Zola que, inspirándose en “La comedia humana” de Balzac, escribió “Los Rougon-Macquart”, conjunto de 20 novelas donde pretende estudiar los defectos hereditarios de una familia a lo largo de varias generaciones. En cada una de las novelas que forman la serie se abordan diversos temas: el alcoholismo en “La taberna”, las luchas obreras en “Germinal” o el sexo en “Naná”.
TEMA 11. Principales novelistas realistas y naturalistas del siglo XIX.

            En el Realismo, la disciplina más desarrollada fue la novela, por considerarse el mejor medio para llegar al fin que se busca: plasmar la realidad de la manera más fiable posible.

            En Inglaterra, los autores realistas más destacados son: Charles Dickens (autor de “Oliver Twist”, “David Copperfield”, “Grandes esperanzas” o “Papeles póstumos del Club Pickwick”, todas ellas obras de estilo sencillo y con historias tiernas y llenas de humos), William Thackeray (escritor de “La feria de las vanidades”), las hermanas Brontë (Charlotte Brontë escribió “Jane Eyre”, que constituye una especie de autobiografía, y Emily Brontë realizó “Cumbres Borrascosas”, obra de gran densidad y rigor en la construcción), Robert Louis Stevenson (autor de “La isla del tesoro” y “El Dr. Jekyll y Mr. Hyde”), Joseph Conrad (que escribió novelas de acción y aventuras como “El corazón de las tinieblas” o “Nostromo”), Rudyard Kipling (autor de “El libro de las tierras vírgenes”) y Oscar Wilde (destaca el esteticismo de sus obras, como el drama “La importancia de llamarse Ernesto”, la poesía “Balada de la Cárcel de Reading”, la novela “El retrato de Dorian Gray” y numerosos cuentos).

            En Francia podemos destacar a Stendhal y a Honoré de Balzac como aquellos que protagonizaron el paso del Romanticismo al Realismo. Stendhal destacó por novelas como “Rojo y negro” (narra el fracasado intento de ascenso social y de conquista de la propia felicidad por parte de un personaje de clase humilde) o “La cartuja de Parma”. Balzac, por su parte, pretendió reflejar la Francia de la época en sus novelas, agrupadas bajo el título de “La comedia humana”, y siendo algunos de los títulos más destacados los siguientes: “Eugénie Grandet” y “Papá Goriot”. Otro autor realista francés de gran importancia es Gustave Flaubert, principal representante de la novela realista y escritor de obras como “Madame Bovary” (retrato de la mujer soñadora aprisionada en una sociedad mediocre y provinciana), “La educación sentimental” (que narra la historia de un joven burgués y de sus frustrados amores con una mujer casada) o “Bouvard y Pécuchet”. Por otra parte, destacaríamos las obras naturalistas de Emile Zola, entre las que destacan “Los Rougont-Macquart”, conjunto de novelas centradas en las distintas generaciones de una familia, entre las que destacan “La taberna”, “Germinal” y “Naná”.

            En Rusia, los escritores realistas reflejan la complejidad de una enorme sociedad sometida al despotismo de los zares y marcada por la miseria de sus campesinos. Entre los autores destacan: Nicolai Gogol (iniciador del realismo ruso y autor destacado por el drama “El inspector” y por novelas como “Taras Bulba” o “Almas muertas”, retrato de la servidumbre campesina), Ivan Turguéniev (autor de “Padres e hijos”), Fiodor Dostoievski (en cuyas novelas sobresale el profundo análisis psicológico de los personajes, destacando “El jugador”, “El idiota”, “Los endemoniados”, “Los hermanos Karamazov” y “Crimen y castigo”, en la que un joven comete un asesinato creyéndose por encima de la moral común), Liev Tolstoi (autor de “Apuntes de Sebastopol”, “Ana Karenina” y “Guerra y paz”, crónica épica de las campañas de Napoleón en Rusia a través de los avatares de dos familias nobles), Anton Chejov (autor de relatos y novelas cortas como “La estepa” y de dramas como “El tío Vania” o “El jardín de los cerezos”) y Maxim Gorki (que escribió relatos breves como “Los vagabundos”, novelas como “La madre” y dramas como “Los bajos fondos”).

            En Estados Unidos, los principales autores de la novela del siglo XIX (la obra de alguno de ellos está a medio camino entre el realismo y el romanticismo, decantándose en ocasiones por el romanticismo, como es el caso de Edgar Allan Poe) son: James Fenimore Cooper (autor de “El último mohicano”), Edgar Allan Poe (escribió poemas sombríos como “El cuervo” y relatos de misterio como “El escarabajo de oro” o “El gato negro”), Nathaniel Hawthorne (escritor de “La letra escarlata”), Herman Melville (autor de “Moby Dick”, símbolo del conflicto entre el ser humano y su destino), Mark Twain (que escribió “Las aventuras de Tom Sawyer” y “Huckleberry Finn”) y Henry James (cuyas obras más destacadas son “Los europeos” y “Los embajadores”).
TEMA 12. El renacimiento del cuento en el siglo XIX.

            El cuento es uno de los géneros narrativos más antiguos, pues nace como literatura popular de transmisión oral. Actualmente, con esta palabra se denominan dos tipos de composiciones que tiene en común su brevedad: el cuento folclórico o tradicional (narración breve de hechos imaginarios, protagonizada por un grupo reducido de personajes folclóricos y con argumento sencillo) y el cuento literario (según Edgar Allan Poe debía tener tres características: intensidad, brevedad y efecto único).

            Con respecto a la historia del cuento, diremos que los más antiguos aparecen en Egipto en torno al año 2000 a. C. Posteriormente, se realizaron cuentos en la Antigua Grecia y Roma, y en Oriente medio (como “Las mil y una noches”) y la India (como el “Panchatantra”). Cuentistas europeos destacados fueron Don Juan Manuel (con “El Conde Lucanor”), Boccaccio (con “El Decamerón”) o Geoffrey Chaucer (con “Cuentos de Canterbury”). En los siglos XVI y XVII, la escritura de cuentos se vio eclipsada por la irrupción en el panorama literario de la novela y el teatro y, ya en el siglo XVIII, del ensayo. Así, el Romanticismo de la primera mitad del siglo XIX supuso un “renacimiento” del género del cuento. En Alemania, los hermanos Grimm recopilaron diversas narraciones populares, como “Blancanieves”, “La bella durmiente” o “Hansel y Gretel”, que tuvieron que edulcorar por su excesiva dureza. El danés Andersen escribió también cuentos para niños como “El patito feo”, “El traje nuevo del emperador”, “El soldadito de plomo” o “La sirenita”; el francés Charles Perrault redactó, a finales del siglo XVII, relatos como “Caperucita Roja”, “La Cenicienta” o “El gato con botas”; y el italiano Collodi publicó “Pinocho” en el siglo XIX.

            En el siglo XIX se dio su configuración definitiva al conocido como cuento literario, destacando la contribución de Edgar Allan Poe. La única novela extensa de este autor se titula “La narración de Arthur Gordon Pym” y de él también destacan poemas como “El cuervo”, sobresaliendo por encima de todo sus cuentos de misterio y terror, en los que bucea en los rincones más oscuros del alma humana. En el volumen titulado “Cuentos de lo grotesco”, aparecen muchos de sus relatos más destacados, como: “Ligeia”, “El corazón delator”, “El gato negro” o “La caída de la casa Usher”. También importantes son sus cuentos policiales (como “Los crímenes de la Calle Morgue”, “La carta robada” o “El misterio de María Roget”) y otros como “El pozo y el péndulo” o el “Escarabajo de oro”. Otro importante autor de cuentos es el ruso Anton Chejov, cuyo primer y segundo libro de relatos fueron, respectivamente, “Cuentos de Melpómene” (en el que destacan algunos como “El gordo y el flaco” o “La muerte de un funcionario”) y “Relatos variopintos”, siendo sus realizaciones más destacadas aquellas que escribió en la década de 1890, con historias de hombres que advierten que han fracasado, que han envejecido, sobresaliendo “Una historia tediosa”. Después de escribir “La sala nº 6”, sus relatos trataron de hombres de notables aspiraciones que van corrompiéndose debido al ambiente provinciano, destacando “La casa con mansarda”, “La grosella espina” o “La dama del perrito”. Los dramas más destacados de Chejov son “El jardín de los cerezos” y “Tío Vania”, sobresaliendo también “Ivanov”, “El oso” y “El camaleón”. Por último, hablaremos del escritor francés Guy de Maupassant, que introdujo el llamado cuento arquetipo (estructurado en presentación, nudo y desenlace) y fue uno de los grandes narradores del Naturalismo francés. Su obra se caracteriza por sus variaciones sobre el tema de la crueldad humana, destacando los siguientes asuntos en sus obras: la guerra (en los relatos que tratan sobre esto acentúa elementos como la locura, el sexo o la violencia y condena el belicismo, sobresaliendo “Bola de sebo” y “Mademoiselle Fifi”), el amor y el erotismo (en sus cuentos galanes, como “Un día de campo”, destacan temas como el adulterio, siendo una variante los cuentos eróticos, protagonizados por prostitutas, como “La casa Tellier”), y el horror (en sus cuentos fantásticos prima la locura, lo irracional, el miedo, la neurosis, la obsesión por la soledad y la muerte, destacando “El Horda” y “El miedo”). Maupassant escribió también seis novelas, entre las que destacan “Una vida”, que narra las desventuras de una mujer casada, y “Bel Ami”.
TEMA 13. El arranque de la modernidad poética: de Baudelaire al Simbolismo.

            En la segunda mitad del siglo XIX, la poesía realizada después del romanticismo no tuvo relación alguna con la orientación realista de la novela. Esta poesía brotó de una actitud de rebeldía contra los valores burgueses y el modo tradicional de concebir la vida, naciendo así la bohemia, el “dandismo” (el artista como genio o elegido) y el “malditismo” (el artista como hombre maldito).

            La primera reacción poética contra el sentimentalismo y subjetivismo romántico fue el parnasianismo, formado en 1866 con motivo de la publicación de “El Parnaso contemporáneo”, tres antologías escritas por autores como Théophile Gautier, Leconte de Lisle, Teodoro Beauville y Charles Baudelaire. Esta corriente se caracterizó por la búsqueda de la perfección formal, el culto a la belleza y la aspiración a una poesía serenamente clásica y equilibrada.

            Como escisión del parnasianismo, al cual acusaban de frialdad, surgió el simbolismo, movimiento literario y pictórico iniciado en Francia y Bélgica entre 1880 y 1890 y que duró hasta principios del siglo XX. Entre las características de este movimiento destacan: la misión del poeta simbolista es descubrir los significados más ocultos que se esconden más allá de la realidad sensible (es decir, las “correspondencias”); se recurre sobre todo a la musicalidad de las palabras y a la sinestesia; lo esencial del poema es que cree atmósferas anímicas que permitan expresar las emociones y sensaciones más íntimas e irreales; la palabra, más que por su significado, interesa por lo que sugiere y evoca; y uso del verso libre. Hacia finales de siglo se abrió paso en Europa el término “Decadentismo”, que se refiere al trabajo literario de los escritores que se sienten atraídos por lo morboso, lo excitante y lo refinado.

            Entre los poetas simbolistas destacaron: Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Paul Verlain y Arthur Rimbaud. Baudelaire nació en París y su vida estuvo marcada por la desdicha y el dandismo. En 1857 publicó su obra fundamental: “Las flores del mal”, que fue entonces condenada por ser inmoral, apareciendo en ella temas como el hastío, la belleza, la muerte, la mujer o la embriaguez. En esta obra aparece: la búsqueda del sentido de la vida, el ansia de evasión, el lenguaje cotidiano, el solitario anonimato del individuo o el mal como elemento asentado en el corazón humano. Su búsqueda moral y estética de una nueva realidad le llevará a la creación de un discurso poético del paraíso artificial: para combatir el “spleen” (el hastío y el tedio de la vida cotidiana, uno de los principales temas de “Las flores del mal”) propone el “éxtasis de los sentidos” a través de ciertas experiencias, como las drogas o el mal. Otras realizaciones importantes del autor fueron: “La Fanfarlo”, “Los paraísos artificiales”, “Pequeños poemas en prosa” (donde inicia un nuevo género en la poesía contemporánea: el poema en prosa) y “El Salón de 1846”.

            Stéphane Mallarmé comenzó a escribir siguiendo la tendencia del arte por el arte. Un proceso de depuración le llevó a una poesía cada vez más sumida en sí misma, y alejada de las sensaciones y los sentimientos. Este es su famoso “hermetismo”, que nace de la búsqueda de la pura esencia y de la belleza absoluta, tarea en la que es un estorbo la significación vulgar de las palabras. Algunos de sus poemas son: “La siesta de un fauno” y “Una tirada de dados”. Respecto a Paul Verlain, diremos que su vida estuvo marcada por el alcoholismo y la vida bohemia, la ruptura de su matrimonio por sus relaciones con Rimbaud, y la pobreza de sus últimos años. Con este autor comienza a hablarse del “poeta maldito”, aislado, solitario y enfrentado a la sociedad. Lo más característico de su obra es su sentido del ritmo y la musicalidad del verso. Él fue quien creó buena parte de la imaginería del simbolismo de la época, destacando entre sus obras: “Poemas saturnianos”, “Fiestas galantes” y “Romanzas sin palabras”. Finalmente, hablaremos de Arthur Rimbaud, cuya rebeldía y precocidad definieron su carácter. Al no ser su obra sistemática, en ella se pueden encontrar diversas actitudes y temas, destacando tres líneas temáticas: poemas de la felicidad (basada en la evocación gozosa de una vida vagabunda, destacando “Mi bohemia” y “Ofelia”), poesía de la cólera (basada en la denuncia virulenta y provocadora de la miseria moral de la sociedad, sobresaliendo “Los pobres en la iglesia”) y poesía alucinada (basada en la voluntad de conseguir imágenes predecesoras del surrealismo a través de un lenguaje que supera lo racional, destacando “El barco ebrio” y “Una temporada en el infierno”). Otra obra destacada del autor es “Iluminaciones”, donde alterna el verso libre y la prosa poética.
TEMA 14. Una nueva forma de escribir en la novela del siglo XX.

            La novela realista del siglo XIX, entendida como relato lineal de argumento verosímil, entró en crisis ya a comienzos del siglo XX. Esta crisis de la novela realista no es sino una manifestación más del descrédito de las ideas racionalistas y positivistas. Algunas características de la nueva novela son: las nuevas técnicas narrativas (mientras la novela decimonónica contaba una historia con unos personajes destacados y en un tiempo determinado, la renovación narrativa de la novela del siglo XX sufrió transformaciones que hacen difícil definir este género); el cuestionado argumento (importará más el modo en que se cuentan las historias que las historias en sí); los personajes colectivos (el hombre masa sustituye al protagonista individual en torno al cual se construía la historia); el tiempo y el espacio (se rompe la linealidad temporal, destacando la influencia de las técnicas cinematográficas, y el espacio se reduce); el narrador y el punto de vista (se huye del narrador omnisciente, destacando un narrador en primera o, incluso, en segunda persona, que observa a los personajes desde fuera, no profundizando en su interioridad y empleándose también el multiperspectivismo); el monologo interior (consiste en reproducir los pensamientos de un personaje, entrando el lector en contacto directo con la vida psíquica del personaje); la renovación estilística (se tiende a borrar la tradicional separación entre lenguaje narrativo y poético); y las nuevas estructuras (surgen cambios tanto en la estructura externa, como la desaparición de capítulos, como en la interna, como la técnica del contrapunto, consistente en la alternancia de historias). Así, la novela dejó de ser puro entretenimiento para convertirse en testimonio de conocimiento, preocupación intelectual y reflejo de profundos problemas humanos, siendo más importante que el enriquecimiento temático la renovación técnica.

            Destacaron autores en diversos países. En la novela francesa sobresalieron: André Gide (con “Los monederos falsos”); Jean-Paul Sartre (plasmó su existencialismo en “La náusea”); Albert Camus (sus temas principales son la rebeldía y el absurdo, destacando “El extranjero” y “La peste”); y Marcel Proust. Este último fue una persona enfermiza y asidua en su juventud a los salones de la alta burguesía francesa. Su obra más destacada es “En busca del tiempo perdido”, de influencia indiscutible en la narrativa del siglo XX. Compuesta por siete libros, el propósito de la obra es la recuperación del pasado a través de la memoria, destacando la descripción pormenorizada de emociones y sensaciones, la capacidad de observación y autoanálisis, y el ritmo lento.

            En la novela inglesa, cabría destacar a: Virginia Woolf (autora de “Al faro” y “Las olas”); Aldous Huxley (con “Contrapunto” y “Un mundo feliz”); George Orwell (con “Rebelión en la granja” y “1984”); Graham Greene (con “El poder y la gloria” y “El americano impasible”); y James Joyce. Este último fue un autor irlandés que abandonó su país para vivir por diversas ciudades extranjeras. Su novela “Ulises” es el paradigma de la renovación de las técnicas narrativas durante el siglo XX, especialmente por el uso del monólogo interior. Como argumento, se limita a contar un día en la vida de Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly Bloom en Dublín, siendo en muchos aspectos una parodia moderna de la “Odisea” de Homero: las hazañas de Ulises se comparan con la mediocridad de Bloom; Penélope se compara con Molly, una mujer infiel; unas camareras representan a las sirenas; un pub representa la cueva de Polifemo… Otras obras suyas son “Dublineses” o “Retrato del artista adolescente”.

            En la novela alemana, destacaremos a: Thomas Mann (con “La montaña mágica” o “La muerte en Venecia”); Günter Grass (con “El tambor de hojalata”); y Franz Kafka. Esta autor nació en Praga y es iniciador de una novela de carácter simbólico y alegórico, en la que la angustia del hombre enfrentado al absurdo constituye el tema fundamental. Publicó pocas obras en vida: algunos relatos y “La metamorfosis”, novela breve que relata la historia de un modesto empleado que una mañana se despierta convertido en un insecto. De forma póstuma, se publicaron de él obras como: “El proceso” (en la que el protagonista es sometido a un proceso judicial sin saber su delito) o “El castillo”.

            En la novela norteamericana sobresalieron: Francis Scott Fitzgerald (con “El gran Gatsby”); John Dos Passos (con “Manhattan Transfer”, retrato de la cara oscura de la sociedad americana); William Faulkner (con “El ruido y la furia”); Ernest Hemingway (tiene un estilo sencillo, directo y muy efectivo, destacando por “Adiós a las armas”, “Por quién doblan las campanas” y “El viejo y el mar”); y John Steinbeck (con “Las uvas de la ira” y “Al este del Edén”). Otros importantes autores los encontramos en Italia (destaca Giuseppe Tomasi di Lampedusa, con “El gatopardo”) y el Rusia (destacan: Mijaíl Sholojov, con “El don apacible”; Boris Pasternak, con “Doctor Zhivago”; y Alexander Solzhenitsin, con “Archipiélago Gulag”).

TEMA 15. Las vanguardias europeas. El Surrealismo.

            Con el término “Vanguardias” se designa una serie de movimientos artísticos que se desarrollan en Europa durante el primer tercio del siglo XX, especialmente en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales. Las características generales de estos movimientos fueron: el carácter de ruptura con el arte del pasado, en especial contra el realismo, que conduce a la abstracción y al símbolo; la pretensión de originalidad y novedad absolutas, rechazándose las normas y tradiciones; la búsqueda constante de nuevas técnicas expresivas; y la tendencia hacia lo imaginativo e irracional y, por tanto, a una autonomía creciente del arte respecto a la realidad. Otros rasgos fueron: el alejamiento del gran público, la escasa duración y la conciencia de grupo. Los vanguardismos o “ismos” más importantes fueron estos: futurismo, cubismo, expresionismo, dadaísmo y surrealismo.

            El futurismo fue fundado por el italiano Marinetti, que publicó, en 1909, su primer “Manifiesto futurista”. En este movimiento se expresa la admiración por la civilización mecánica y los progresos técnicos, desapareciendo los temas humanos y sentimentales. Para lograr un estilo rápido y dinámico, se destruye la puntuación ortográfica y se suprimen adjetivos y adverbios. De este modo, el futurismo fue un movimiento rico en teorizaciones pero pobre en resultados literarios. Destacó el ruso Maiakovski, que incorporó nuevos temas. El cubismo, por su parte, fue creado por Guillaume Apollinaire en 1913. La principal característica del movimiento es la observación de la realidad desde diferentes puntos de vista y todos a la vez. Se otorgó gran importancia a la disposición tipográfica visual-espacial de las palabras, como en los “caligramas” de Apollinaire, cuyos versos dibujan el objeto del que hablan. Otras obras de este autor fueron los “alcoholes” y los “Poemas a Lou”. Por otra parte, el expresionismo fue un movimiento de origen alemán cuyos postulados básicos son dos: importan más las realidades internas que las externas (no interesa explicar el mundo como es, sino como lo ve el artista); y la exteriorización de las tensiones internas del artista, deformándose la realidad. El dadaísmo fue fundado en 1916 por el rumano Tristan Tzara y es el movimiento vanguardista más destructivo. Parte de la negación absoluta de todo, incluso del arte, propugnando la burla y el humor corrosivo, la rebelión contra la lógica y el sentido común, y la creación de un lenguaje incoherente que sea reflejo de las contradicciones de la vida. Algunos poetas partieron del dadaísmo, pero rápidamente se pasaron a otras vanguardias.

            El surrealismo fue el movimiento vanguardista de mayor importancia. El primer manifiesto surrealista apareció en 1924, firmado por André Breton. Además de renovar el arte, el surrealismo pretendió también cambiar la vida, para lo que era necesario acceder a una realidad más allá, que se encuentra en lo más hondo de las personas, en el subconsciente. Así, la función del arte debe ser explorar este subconsciente, liberando al individuo, como propugnaba Sigmund Freud, de los impulsos reprimidos. Además, defiende la liberación del hombre de la alienación del sistema burgués (propuesta de Marx), sintetizando así dos de las corrientes intelectuales más influyentes del siglo XX. Como método para acceder al subconsciente, se propuso la escritura automática, que consiste en escribir al dictado del pensamiento con ausencia de todo control ejercido por la razón. Esta técnica da como resultado un lenguaje ilógico. Se recurre también a la “imagen visionaria” o metáfora surrealista, basada en la asociación libre e ilógica de ideas y palabras. Como ya hemos apuntado, uno de los temas más frecuentes del surrealismo es el mundo de los sueños, que tuvo gran influencia en la literatura posterior (en poetas como Lorca o Neruda). Como autores surrealistas podemos señalar a: André Breton (creador del movimiento y autor de “Los vasos comunicantes” y “El amor loco”); Paul Éluard (sus principales temas son el amor y el compromiso político, destacando de él “Morir de no morir”, “Capital del dolor” y “La libertad o el amor”); y Louis Aragón (autor de más de treinta libros de versos y de unas cincuenta novelas, como “El campesino de París”, su obra se puede dividir en estas etapas: poesía surrealista, donde destacan “Fuego de alegría” y “El movimiento perpetuo”; y poesía comprometida, con obras de tema sociopolítico como “Los ojos de Elsa”, “El corazón partido”, “El loco de Elsa” y “El museo Grévin”).

            Otro movimiento fue el imaginismo, que representa el vanguardismo que se dio en Gran Bretaña. En 1913, Ezra Pound publicó el manifiesto imaginista, caracterizándose la corriente por: la modificación de la metáfora tradicional; la yuxtaposición de imágenes; la valoración de la capacidad de sugerir y de la concreción; el empleo del verso libre; y el uso del lenguaje coloquial. Entre los autores destacaron: Ezra Pound (es autor de la ambiciosa obra “Cantos”, extensísimo poema que trata distintos temas) y Thomas Stearns Eliot (ganó el premio Nobel en 1948 y destaca por obras como “La tierra baldía” o “Cuatro cuartetos”, además de realizaciones de carácter crítico y ensayístico).

TEMA 16. El teatro del absurdo y el teatro de compromiso.

            La renovación literaria del siglo XX alcanzó también al teatro. Este nuevo teatro, experimental en las formas y en los contenidos, buscó la superación del realismo. Para ello, se dio entrada a lo onírico, lo absurdo, lo simbólico o lo grotesco. También se renueva el lenguaje dramático y la escenografía, y se otorga importancia a los recursos extraverbales (visuales, corporales…). El director Antoine creó el concepto de “cuarta pared”, por el que los actores se desenvuelven en la escena de forma natural, como si no hubiera público, al que pueden incluso dar la espalda o salir de su campo de visión. Por otra parte, Stanislavsky propuso un método que conjuga lo físico, lo emocional y lo intelectual para conseguir que el actor se identifique con su personaje. Entre las tendencias teatrales destacó el teatro del absurdo y del compromiso.

            Tras la Segunda Guerra Mundial, surgió en Francia el teatro del absurdo, que trata de reflejar, mediante situaciones ilógicas, acciones incoherentes y personajes extraños, el absurdo existencial, la angustia y la soledad. Así, utiliza un lenguaje igualmente absurdo, y se hace patente en la propia escena y en el mismo argumento de las obras lo absurdo de la vida humana. Entre los autores de este teatro podemos destacar a: Luigi Pirandello (dramaturgo italiano cuyo teatro gira sobre todo en torno a la tesis de la dualidad de la persona humana, destacando por “Seis personajes en busca de autor”); Eugéne Ionesco (es uno de los creadores del teatro del absurdo, y entre sus obras destacan: “La cantante calva”; “La lección”, en la que un profesor, para explicar el término “cuchillo”, mata a su alumna con él; “Las sillas”, en la que refleja la soledad y la incomunicación; y “El rinoceronte”, en la que los habitantes de una ciudad se convierten en rinocerontes); Samuel Beckett (critica la sociedad y muestra su pesimismo sobre el ser humano, destacando de él: “Esperando a Godot”, en la que dos personajes esperan a alguien que nunca llega; “Final de partida”; “Días felices”; y “Breath”, donde el autor alcanza la absoluta simplicidad dramática); y Jean Genet (sobresale por: “Las criadas”, donde dos sirvientas juegan a ser señora y criada para liberarse; y “El balcón”).

            Por otra parte, también destacó el teatro del compromiso, en el que sobresalen las obras épicas de Bertold Brecht, máximo exponente del teatro social y político, y cuyas obras están constituidas como parábolas que tratan de suscitar actitudes críticas en el espectador. Para que el espectador pueda juzgar críticamente lo que ocurre en la escena, dota sus representaciones de cierto “distanciamiento”. Para conseguir este efecto, utiliza narradores que anuncian lo que va a suceder para que nadie esté pendiente del desenlace; mezcla farsa y drama, así como el lenguaje coloquial con las formas poéticas; rompe la tensión con canciones; exagera la teatralidad de los actores para que se note que están actuando; y crea una escenografía antirrealista, utilizando máscaras y dejando la tramoya a la vista. Entre sus obras destacaron: “Madre coraje y sus hijos” (sobre una mujer que pierde a sus hijos en la guerra); “Galileo Galilei” (donde reflexiona sobre el compromiso de los intelectuales con la sociedad); y “El círculo de tiza caucasiano”. Dentro del teatro del compromiso, destacaron una serie de autores estadounidenses, entre los que sobresalen: Arthur Miller (autor de: “Muerte de un viajante”, crítica al sueño americano; y “Las brujas de Salem”, en la que ataca la “caza de brujas” del senador McCarthy); y Tennessee Williams (autor de: “El zoo de cristal”; “Un tranvía llamado deseo”, trata el tema de la insatisfacción femenina; y “La gata sobre el tejado de zinc caliente”, donde aparecen temas como la homosexualidad, el alcoholismo y la ambición). También son de mencionar ciertos “jóvenes airados” ingleses de la segunda mitad del siglo, que se caracterizaron por el inconformismo y la protesta, destacando John Osborne y Harold Pinter.

            Otros autores destacados fueron: Alfred Jarry (su obra más destacada es “Ubú rey”, una farsa grotesca en la que personajes, ambientes y lenguaje aparecen ridiculizados); George Bernard Shaw (sus obras se caracterizan por una ironía y un ingenio que aplica a la crítica mordaz de la hipocresía de la sociedad inglesa del momento, destacando “Pigmalión”); Antonin Artaud (defiende un teatro elemental en el que se exprese lo instintivo e irracional y propugna también la idea de “espectáculo total”); Jean-Paul Sartre (entre sus obras destacan “Las moscas”, “A puerta cerrada” y “Las manos sucias”); o Albert Camus (autor de “El malentendido”, “Calígula” y “El estado de sitio”).

2 comentarios:

  1. ¡Hola!

    Aportación muy buena sin duda.

    Me gustaría saber si estos apuntes son lo suficientemente completos para el examen de Literatura Universal de Selectividad?

    ¡Muchas gracias!

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  2. Mi profesora me ha dado los apuntes iguales a estos, lo único que le ha añadido alguna cosa más pero por lo general están completos

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